Tiene sentido considerar Frankenstein una obra culminante en la carrera de Guillermo Del Toro. El mexicano se ha pasado la vida obsesionado con el mito creado por Mary Shelley, que además ha permeado también todo su trabajo previo como cineasta. Es inevitable, pues, que esta suntuosa adaptación contenga casi tantos recordatorios a su universo personal como deudas a otras aproximaciones cinematográficas al relato original –sobre todo la película homónima de 1931 y su secuela de 1935, La novia de Frankenstein– aunque, como sucede con la Criatura misma, el resultado es mucho más que es un mosaico de retales.

Es una obra que desafía el arquetipo de varias maneras y que, al mismo tiempo, honra la letra de Shelley al destacar cuanto tiene de tragedia, y de reflexión filosófica sobre lo que nos

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