«Nunca había visto un cielo tan bello. El firmamento se cubría de estrellas infinitamente más numerosas que en cualquier otro lugar.» —Franklin Chang-Díaz, sobre sus noches en Venezuela

A veces, el destino comienza en un gesto tan simple como mirar hacia arriba. Franklin Chang-Díaz tenía cuatro años cuando descubrió que el cielo podía ser un territorio de asombro. En las noches cálidas de Altagracia de Orituco, aquel pueblito indígena de doctrina, denominado a partir de 1676 como Nuestra Señora de Altagracia, trepado al techo de la casa junto a su hermana Maruja, llevaba toronjas espolvoreadas con azúcar para endulzar la vigilia.

Desde allí, escondidos de sus padres, observaban el universo desplegado sobre el llano. “Nunca había visto un cielo tan bello —escribiría después—. Se cubría de

See Full Page