“Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar”
Jorge Manrique
Desde hace siglos, el mar ha sido fuente de misterio y poesía. Pero también de desafíos que ya no podemos ignorar. Hoy no solo hablamos del océano desde la mirada del navegante o del poeta, sino también desde la del científico que trata de descifrar cómo esos ríos invisibles –las corrientes marinas– están cambiando. Porque sí, hay ríos en el mar.
El océano está en continuo movimiento. Sus corrientes transportan calor, oxígeno, carbono y nutrientes, desempeñando un papel esencial en la regulación del clima y en la dispersión de contaminantes, microplásticos y larvas de peces, además de influir en procesos meteorológicos y climáticos a escala regional y global.
Algunas de estas corrientes se están volviendo más rápidas, más intensas, como si el pulso del océano se acelerara. ¿Está aumentando su energía? ¿Qué lo causa? Todavía no tenemos todas las respuestas, pero lo estamos vigilando de cerca.
El ritmo del mar se acelera
Comprender la dinámica de estas corrientes es clave para mejorar la gestión del océano y anticipar los efectos del cambio climático. En un análisis de tres décadas de datos satelitales hemos mostrado que la energía de los remolinos –responsables de cerca del 90 % del movimiento del océano– está creciendo de forma global, con un pulso especialmente fuerte en regiones como la corriente del Golfo o de Kuroshio. Señales que invitan a revisar cómo los modelos climáticos representan la circulación oceánica.
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Durante los últimos treinta años, la altimetría de alta precisión, la ciencia de que se ocupa de medir las alturas de los diferentes puntos de la superficie del planeta, ha transformado nuestra comprensión de la circulación oceánica. Misiones como TOPEX/POSEIDON, ERS-1 y ERS-2, Jason-1/2/3, ENVISAT, Geosat Follow-On, CryoSat, SARAL/AltiKa y Sentinel-3A/B han permitido medir con gran exactitud la topografía superficial del mar. Y, a partir de ella, inferir la dinámica de las corrientes oceánicas.
Así, con un solo satélite se pudo detectar el aumento del nivel medio del mar asociado al cambio climático y observar fenómenos de gran escala como El Niño. La combinación de varios altímetros permitió cartografiar estructuras más pequeñas, como remolinos y meandros, y analizar la variabilidad de mesoescala (dimensión intermedia en el estudio de fenómenos) donde se concentra la mayor parte de la energía del océano.
Lo que las nuevas tecnologías nos dejan ver
En nuestro grupo de investigación hemos trabajado durante años para reunir datos, diseñar métodos y analizar ese latido del océano. Ciencia de fondo, que necesita tiempo y equipos. Y ahora, con la nueva misión altimétrica SWOT, podemos ver más que nunca.
La colaboración internacional en campañas de observación coordinada –que combinan satélites, boyas, gliders (submarinos autónomos) y mediciones in situ– está permitiendo obtener un retrato más completo de estas corrientes.
En la zona en torno a las Islas Baleares se han desarrollado experimentos específicos para calibración y validación de la misión, convirtiéndose en una de las áreas oficiales de referencia para este propósito.
Una de esas campañas la lideramos desde el IMEDEA(CSIC-UIB) y se ha demostrado que SWOT es capaz de detectar remolinos de apenas una decena de kilómetros con una precisión que antes era imposible. Son pequeñas estructuras que concentran energía y nutrientes y que pueden alterar el transporte de calor a escalas regionales.
Pero este logro tecnológico, como pasa con cada avance científico, es fruto de una historia colectiva. Detrás de SWOT hay una comunidad internacional –la comunidad altimétrica– que, con enorme esfuerzo y cooperación, ha conseguido medir el nivel del mar con precisión de centímetros desde satélites a más de 800 kilómetros de altura.
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Un océano que se calienta
Observar el mar no es un lujo: es una necesidad. Nos ayuda también a entender si aumentan las olas de calor marinas, cómo cambian los ecosistemas y cómo podemos anticipar los impactos del cambio climático.
Precisamente en este mar Balear, la temperatura superficial ha subido en los últimos cuarenta años a un ritmo cercano a cuatro centésimas de grado por año. Los episodios de calor extremo de 2003 o 2022 siguen grabados en la memoria de sus aguas, recordándonos que el calentamiento es ya parte de nuestro presente.
Pero observar no basta: hace falta interpretar. Y ahí entran los equipos científicos, que cada día dan sentido a esos datos. La ciencia se construye en equipo, con ética, dedicación y pasión. Las nuevas generaciones nos ayudan a adaptarnos, a mirar desde otros ángulos. Nos recuerdan que aún hay espacio para el asombro.
Cuando un terremoto sacude las costas rusas y provoca un tsunami que viaja miles de kilómetros, no es solo una noticia lejana: es una advertencia. El océano no entiende de fronteras. Nos afecta a todos y todas.
Por eso, observar, medir y comprender el océano es un acto de cuidado hacia nosotros mismos y hacia el planeta.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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Ananda Pascual Ascaso recibe fondos de los proyectos FaSt-SWOT (PID2021-122417NB-I00), financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades de España, la Agencia Estatal de Investigación y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (MCIN/AEI/10.13039/501100011033/FUE); del “Sea Level Thematic Assembly Center” (SL-TAC), financiado por el Servicio Marino de Copernicus; y del proyecto europeo “Ocean observations and indicators for climate and assessments” (ObsSea4Clim), financiado por el Programa de Horizonte Europa de la Unión Europea, bajo el acuerdo de subvención nº 101136548. Este trabajo se desarrolla en el marco de las actividades del Centro de Excelencia María de Maeztu otorgado al IMEDEA (CSIC-UIB) (CEX2021-001198).


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