“¡Buenas noches y que le den a la IA!”. Así se despedía el cineasta Guillermo del Toro de la proyección especial de Frankenstein , su nueva película, en Nueva York la semana pasada, después de un coloquio en el que participó junto al actor Oscar Isaac, protagonista de la película, y la cineasta Céline Song ( Vidas pasadas , Materialistas ), que hacía de moderadora. Del Toro (Guadalajara, México, 1964), responsable de películas como El laberinto del fauno , La forma del agua o El espinazo del diablo, está considerado uno de los directores con uno de los universos creativos y visuales más personales y fascinantes, con sus toques fantásticos y terroríficos. Ya ha adaptado en más de una ocasión libros muy conocidos, como su versión del Pinocho de Carlo Collodi, o cómics ( Blade II , Hellboy ), pero ha sido la campaña promocional de su nueva y personal adaptación de la novela de Mary Shelley la que le ha permitido cargar contra la inteligencia artificial generativa en repetidas ocasiones. Y tiene sentido, porque si hay dos cosas que caracterizan a esta historia es que casi todo el mundo llama Frankenstein a la que en realidad es su Criatura (Frankenstein es el doctor) y a que advierte sobre el daño que podemos hacer a los demás y a nosotros mismos por dejarnos llevar por la fascinación por la tecnología sin preguntarnos por sus riesgos.
“¿La IA te va a hacer llorar porque has perdido a un hijo, a una madre o porque has malgastado tu juventud? Joder, claro que no. Eso no va a pasar”. Así de tajante se había mostrado un año atrás en su defensa de un arte que se mantenga alejado de la inteligencia artificial generativa, en un encuentro en la British Film Institute. Del Toro venía de estrenar Pinocho de Guillermo del Toro, su primera película de animación, realizada con el método de 'stop-motion' o 'captura fotograma a fotograma'. Una animación artesanal, hecha por seres humanos: “Vi una demo hecha con IA y pensé, ”oh, esto es lo que mucha gente se piensa que es la animación. Dar indicaciones y el ordenador lo hace. Pero la IA lo que ha demostrado es que puede hacer salvapantallas más o menos convincentes. Esencialmente es eso. Y creo que el valor del arte no es cuánto dinero cuesta o cómo hacer que suponga menos esfuerzo, sino cuánto arriesgarías para estar en su presencia. ¿Sabes? Qué harías por estar en presencia de Noche estrellada en el Museo de Orsay. ¿Irías a París? ¿Sí? ¿Harías una cola durante tres horas? ¿Sí? Y luego tendrías cinco minutos en los que te conmovería enormemente. ¿Cuánto pagaría la gente por esos salvapantallas“.
Pero no todo parece una cuestión de dinero. Así como en Las brujas de Zugarramurdi al personaje de Terelu Pávez no le daban tanto miedo las hechiceras como “los hijos de puta”, Guillermo del Toro dejó clar en la rueda de prensa de la presentación de Frankenstein en el Festival de Venecia lo que a él le preocupa: “No me da miedo la inteligencia artificial, me da miedo la estupidez humana que es mucho más abundante” . El tono de Guillermo del Toro contrasta con ese momento de euforia general desmedida sobre las posibilidades de la IA en manos de muchas empresas, usuarios y hasta ejecutivos de Hollywood. Pero quizá tiene sentido que su tono se haya vuelto especialmente combativo en la presentación de una película que se pregunta precisamente sobre la tecnología sin límites y los problemas que puede causar si se pierde de vista la perspectiva humana. O, directamente, qué nos hace humanos.
El cineasta parece preocupado de que la gente pierda en esa fascinación reciente por los medios técnicos el sentido mismo de la experiencia artística. Y más en un momento en el que es fácil ver vídeos e imágenes que imitan el estilo de cineastas con personalidad visual propia, pero sin su esencia, sin su mirada o su toque especial. Sin su alma, si nos ponemos estupendos. Quizá por eso reivindicaba también “el tamaño de las ideas, de la ambición”, como recogía mi compañero Javier Zurro en su crónica del Festival de Cine de Venecia. Y expresaba que no estaba tan preocupado por “el tamaño de las pantallas” donde se vieran sus películas, aunque para ser honestos eso probablemente también tiene mucho que ver con que Netflix participe en sus dos últimos trabajos, con su particular política de estrenar en su plataforma sus films solo dos semanas después de que haya llegado a cines, lo que hace que muchas salas no quieran exhibir las películas distribuidas por la plataforma.

La inteligencia artificial está todavía lejos de lograr siquiera acercarse a la calidad de la obra de los grandes artistas, pero incluso si las mejoras tecnológicas permiten en un futuro resultados que se les acerquen, quizá haya que replantearse el sentido mismo del arte, y no valorarlo solo por los resultados, sino por saber que una persona, en su tiempo limitado de existencia, ha decidido dedicar energías a que algo perdure y nos emocione, que nos haga pensar. Reivindicar la experiencia, la mirada y manos humanas que hay detrás de un proyecto desde el comienzo. Quizá por eso el audiovisual revindica cada vez más los eventos, pases especiales, coloquios y encuentros con los creadores. De momento, si te gusta Guillermo Del Toro o te interesa la novela de Mary Shelley, ya sabes que tienes su nuevo trabajo en cines y que no es necesario que te vayas hasta París para verlo. Y ojalá que te emocione tanto como a él le apasiona hacer películas.

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