Dibujo de un zorro herido es una extraña y atrayente obra escrita y dirigida por Oriol Puig Grau, escritor de 33 años nacido el año de las Olimpiadas en Barcelona. Puig ha llegado al Centro Dramático Nacional como los jóvenes deben hacerlo, con un texto letraherido, lleno de referencias y con una propuesta teatral que cuestiona el canon, el propio lenguaje escénico. Demostración y confrontación tras las que se esconde algo muy inhabitual y preciado: un autor.
El texto, que está interpretado por Eric Balbàs, aborda la figura del doppelgänger , ese vocablo alemán que designa al doble andante, al doble fantasmagórico. Una figura central en la creación literaria y cinematográfica desde los comienzos románticos de Ernest. T. A. Hoffmann hasta la película Enemy de Denis Villeneuve.
Las formas que puede adoptar el doppelgänger son múltiples. Las hay canónicas, como James Stewart intentando moldear a Kim Novak para convertirla en alguien ya muerto en Vértigo . También góticas, como Mary Shelley y Robert Louis Stevenson , que partieron en dos un personaje como el Doctor Frankenstein y su criatura. Pero los ejemplos son infinitos: Operación Shylock de Philip Roth, Gattaca de Niccol, El club de la lucha de Fincher, Posesión de Zulawski, Mulholland Drive de Lynch, e incluso Persona de Bergman. Desdoblamiento, esquizofrenia, obsesión, sombras, espejos, mucho Jung y, en el centro, un concepto: la identidad, tan inasible como escurridiza.

La obra narra la historia de Ferrán, un profesor de infantil en prácticas que se obsesiona con un cuadro que encuentra en una galería de arte: el autorretrato de Daniel Mengual, un joven artista burgués catalán que perdió la vida en un accidente de tráfico. Ferran irá bicheando la vida de Daniel a través de las redes, intrigado, atraído por esa figura que, en cierto aspecto, es todo lo que él no es. “En sus ojos no hay miedo, hay placer”, se dice el apocado profesor.
Pero, aparte del tema, que se aborda con profundidad, sorprende la forma. Dibujo de un zorro herido está escrito de la manera menos dramática posible, incluso de manera antiteatral. Durante casi dos horas veremos a su único personaje describir lo que él mismo hace en escena, como si de un guion cinematográfico se tratase. Tiene esta pieza, si no en la forma, cierta similitud con American Psycho . Esa sensación que uno tenía al leer la novela de Easton Ellis de estar ante una manera de escribir nueva.
El teatro, canónicamente, es situación, diálogo y trama. Y, cuando el teatro gira al unipersonal, normalmente nos encontramos con un monólogo narrativo. En la Compañía Nacional de Teatro Clásico hay ahora en cartel un ejemplo perfecto, nítido, de esto mismo: Laurencia , monólogo sobre el personaje de Fuenteovejuna de Lope estupendamente interpretado por Ana Wagener. Ella nos traslada, en un lírico texto de Alberto Conejero, la vida de esa campesina después de los trágicos sucesos que narra la obra de teatro donde el pueblo asesina al Comendador. Es un precioso monólogo de pura narratividad escénica que es imposible ir a ver, porque está todo agotado. Pero la lógica teatral dice que girará y mucho y que Wagener interpretará durante muchos años esta Laurencia.
Dibujo de un zorro herido, sin embargo, es una patada a todo eso. Busca su sitio fuera de la tradición dramática. Imagínense casi dos horas con un solo personaje que nos cuenta sin parar, sin silencio alguno, lo que vemos que va haciendo en escena. Así, sobre el papel, es irrepresentable. Pero Oriol Puig, no sin problemas, consigue ir introduciendo en ese soliloquio esquizoide todo el mundo interior del personaje, sus miedos, sus fobias, su desubicación, sus deseos… Lo que era descriptivo se vuelve introspectivo.

La obra consigue mostrarnos un Mr. Ripley actual, como si ese personaje de la novela de Patricia Highsmith se trasladase a este mundo de redes y espejos digitales. Vemos cómo Ferrán se adueña de la figura de Daniel, de su modo de vestir, de su sonrisa, de su peinado... Pero esa apropiación quedará limitada a su vida en la esfera digital, mostrando esa división tan actual entre la vida real y esos dobles sintéticos, gólems digitales, que creamos en las redes y que compiten con nuestra identidad y la reconstruyen.
La vida de profesor acaba siendo la ficticia, y cobra mayor realidad esa ficción donde Ferrán se hace llamar Daniel y queda con hombres en Grindr para que lo contemplen y adoren su cuerpo mientras se masturban, para que adoren su creación, su renacer. Ahí la obra se acerca a El retrato de Doran Gray de Oscar Wilde . El mito de la belleza y el hedonismo del irlandés se convierten en esta pieza en una belleza de culto al cuerpo tenebrosa y deshumanizada.
Ostenta Puig la pericia de la diseminación de signos que se van resignificando. Como esa canción de Belle and Sebastian, The Fox in the Snow , o esas costillas y esa oreja que Ferran de manera premonitoria no deja que le toquen. Signos premonitorios que hablan de deseos que esconden otros más profundos en un mundo donde las fronteras entre la felicidad, la autodestrucción, el amor y el miedo se desdibujan. Puig se mete en camisa de once varas. Dibujo de un zorro herido es una obra desmedida, que no consigue arribar a todos los puertos que apunta, pero que los enfrenta con la valentía del flaneur digital del XXI.
Y en toda esa amalgama de signos y capas se haya el actor Eric Balbàs. Sin pausa, con texto kilométrico, Balbàs da con una interpretación distanciada y contenida que se va afectando poco a poco por la acumulación. El actor, además, es capaz de dotar al personaje de la fragilidad de Jake Gyllenhaal en Enemy y unas gotas bien necesarias del Brando de Un tranvía llamado deseo . Dualidad que hace posible que, al mismo tiempo que vemos un juguete roto en escena, el personaje tenga un atrayente magnetismo gay.

La apuesta de Oriol Puig es grande. Es una obra que sobre el papel representa un reto nada fácil para montarla. Su autor ha decidido hacer esta puesta, muy teatral, donde todo se escenifica. Si el personaje dice que se calienta la comida, así se hace en escena. No hay silencio entre las palabras, no hay apartes, casi ninguna pausa, y se decide que el actor se mueva por la pequeña sala de La Princesa del Teatro María Guerrero de un lado a otro e incluso maneje las luces, desde los interruptores que representan su piso pero que también serán la escuela, el autobús o el propio Hotel Majestic de Barcelona.
El ritmo es acelerado, no siempre eficaz. Pide una atención del público casi imposible y la obra por momentos parece zozobrar, pero no lo hace. Y no lo hace por un texto retador y sugerente, pero también por este actor que viene demostrando modos y maneras. El trabajo de Balbàs en Euforia y desazón , bajo la batuta de uno de los maestros de este arte en Argentina, Sergio Boris, así lo apuntaba. Una obra estrenada en Barcelona la temporada pasada pero que ahora llega a los Teatros del Canal del 9 al 14 de diciembre.
Oriol Puig, aparte de autor y director, es traductor e intérprete. Hace cinco años estrenó en la Sala Beckett de Barcelona una obra, Karaoke Elusia, que ganó el Premio de la Crítica de Barcelona. Una obra con mucho juego teatral que trataba temas como el suicidio juvenil y el bullying . Pero aquella obra, aunque sorprendente, era más facilona y amable. Sin embargo, con este trabajo, que surgió de las residencias dramáticas del CDN, no parece descabellado decir aquello de “habemus autor”. Quizá demasiado pronto para afirmarlo, el tiempo dirá, pero parece.

ElDiario.es Cultura
Cover Media
AlterNet
The Federick News-Post
Bored Panda
FOX 51 Gainesville Crime
Battle Creek Enquirer Sports
America News
Joplin Globe Sports