Manuel Molina Prados publica 'Apagón', un “kit poético para emergencias y catástrofes” que empezó a preparar en 2021
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Manuel Molina Prados (La Zubia, Granada, 1989) llevaba cuatro años “haciendo acopio de poemas” cuando se produjo el apagón: el literal, el eléctrico, el que el 28 de abril de 2025 dejó a la península Ibérica varias horas sin luz. El ‘apagón’ metafórico –el vital, el de inspiración– ya se había producido antes en su vida.
En 2021, después de publicar su primer poemario y cuando algún amigo le tachaba ya de “aburguesado”, Manuel Molina sintió que no tenía “nada de lo que escribir”; quizá precisamente de eso podía crear algo. Fue entonces cuando leyó que el Gobierno austriaco alertaba de un posible apagón y pedía a la población hacerse con un ‘kit de supervivencia’. Algo hizo clic en él. “Me dio una obsesión y empecé a prepararme, con ansia, con miedo, con ganas incluso”, cuenta. Paralelamente, “esa ansia detonó todo el proceso de escritura”.
De ahí nació un “kit poético para emergencias y catástrofes” que después llevó por título Apagón (Ediciones Franz). Manuel Molina alumbra un poema por cada elemento que, según el Gobierno austriaco, deberíamos tener a mano ante un apagón, desde pilas a camping gas, pasando por linterna, pala o navaja suiza. “Estos días están siendo tan oscuros. / Tengo tanto miedo. Necesitaría un perro. / Pero tengo un ángel. / Para que me cuiden así en la tierra / como en el cielo, y un cuchillo del ikea / en la boca, repiqueteando entre mis dientes, / protegidos por la férula dental que me hizo / el ortodoncista para situaciones estresantes.”.
Este es un poemario “sin deudas con Endesa”, advierte el autor al introducir el texto. Molina estaba a punto de editarlo cuando España se quedó a oscuras. Y temió que le tacharan de “agorero”, pero ya estaba todo escrito. Primero fue la obsesión, luego la poesía. “En el skyline de mis ojos había una noche negra y en una ciudad vacía. Mientras nacían pequeños bebés que son astros. Pequeños bebés que son ángeles nacidos no del ruido del coche, no. No de los rascacielos con consultores aporreando sus mesas de escritorio. [...] No. Nacían del ruido de las manos acariciándose cuando llegaba el apagón”.
El poeta leyó “mucha literatura sobre cómo prepararse en caso de catástrofe” mientras trataba de “encender el poema”, convirtiendo cada elemento de esa lista austriaca en versos “que pudieran defender[le] del apagón”. Hay en su poesía una crítica al hiperconsumo, que deja, de algún modo, un poso de pesimismo: “Al final te das cuenta de que los objetos son inservibles, no consiguen encender la poesía”; “el poeta no sabe usar esos elementos”, abunda. Tampoco los poemas le salvan. “Nos moríamos esa noche como mariposas de un día. / Todos nuestros vestidos de seda arden ahora con el fuego que ha provocado este poema”, escribe Molina al imaginar el momento en el que se apagan también “las aplicaciones del consumo de cuerpos para avivar el fuego”.
Dice Manuel Molina que “la poesía se intersecta con la vida, con lo político”. Y de nuevo suena a presagio cumplido. El pasado 28 de abril, cuando se fue la luz en toda España, Molina estaba trabajando de profesor interino en un instituto de Los Yébenes y vivía en el hostal del pueblo, en la provincia de Toledo. Ante el apagón Molina llenó la bañera, trató de aplicar lo aprendido, pero la realidad le sorprendió. No fue pesimismo lo que sintió ese día. “Vi a la gente sacando gasolina de los coches con la boca, ayudándose entre ellos en las calles. En el hostal solo había un generador pero se decidió que se iba a usar para dar energía a todo el pueblo y se sirvió a todo el mundo aunque no se pudiera cobrar con tarjeta, la gente brindaba”, recuerda. “Ese día, cuando llegó el apagón, vi más luz que nunca, esa sensación de colectivo, de volver a lo elemental, a lo importante”, afirma el poeta. “La gente no fue egoísta. Yo esperaba una cuestión apocalíptica y, al final, creo que fue un día feliz”, reconoce.
Tras vivir el apagón ‘real’, Molina no retocó el poemario, pero sí sintió que la experiencia había sido “una forma de final, de cierre, de purificar ese proceso elemental” de escritura y preparación. “También entendí que con un apagón del yo, la única forma posible de enfrentarlo es el nosotros”, apunta.
Lo colectivo ya está presente en la primera obra del autor, La Constitución de Uzupis (Ediciones Franz, 2021), donde el poeta concibe una república utópica guiada por 41 principios. “En La Constitución de Uzupis trato de fundar un país y aquí [en Apagón] el país se funde, en términos literales y metafóricos. Allí se funda la utopía, aquí se funde. Pero luego se reconstruye, o quiero que se reconstruya, con la recuperación del ‘nosotros’, de lo fraternal”, incide.
Molina explica que a él le inspira “lo concreto, lo tangible” a la hora de escribir, algo que intenta hacer “en automático”, con un “flujo rápido, natural” y sin límites estilísticos. Sus poemas pueden ser a la vez prosa, cuento, incluso ensayo, “un género híbrido”, concluye el autor. “No puedo hablar de castillos porque no estoy en la Edad Media; hablo de lo que veo: de las sombras de las torres Kio, del repartidor de Amazon que toca el timbre, de la basura apilada, del hiperconsumo... No escribo con intención política, pero soy un periodista frustrado. Escribo de lo que veo, pero evidentemente lo veo desde un lugar”, confiesa.
Escribe, dice en fin Manuel Molina en uno de sus poemas, “para impresionar a mi abuela”. “Para mi abuela la luz era la luz y esto me lo dijo con la boca ya cerrada [...] la última noche que nos reunió frente a ella y ofreció el fuego para nosotros”.
Lo del apagón ha sido un viaje y Molina da la etapa por cerrada –al menos en lo literario–, aunque ahora de forma cíclica se alerte de otras posibles caídas de suministro. “Ya no escribiré de ningún apagón –zanja él–; no quiero hacer poesía de los escombros”.

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