La directora de arte de la centenaria revista ha estado en el festival Kosmopolis de Barcelona con cuatro de los ilustradores e ilustradoras españoles responsables de más portadas de la publicación
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Françoise Mouly (París, 1955) es mucho más que una editora y directora de arte de revistas. La biografía profesional de esta franco-estadounidense, hija de uno de los padres de la cirugía estética, es clave para entender la evolución del cómic al otro lado del Atlántico a partir de los años 80 gracias a su unión –sentimental, profesional y, sobre todo, editorial– con un gigante de la viñeta ilustrada underground como es Art Spiegleman, autor de la mítica obra Maus.
Juntos crearon en 1980 la revista Raw, refugio y lanzadera del cómic de vanguardia neoyorquino, y por extensión estadounidense, a partir de aquel momento. Utilizaron para sus primeras portadas técnicas de coloración europeas, hasta entonces inexistentes en el cómic anglosajón, y con ello rompieron para siempre la estética imperante, creando una nueva escuela de la cual figuras como su buen amigo Chris Ware son estandarte.
Pero más allá de Raw, el segundo impacto de Mouly llegó en 1993 cuando fue fichada como directora de arte de la revista semanal estadounidense The New Yorker, cargo que actualmente, 32 años después, sigue ostentando. Desde esta privilegiada posición, logró cambiar de nuevo la historia de la ilustración, en este caso en las portadas de revistas y diarios, dando entrada al arte, la alegoría y la creatividad en un campo tan cerrado como era el de la información. Y lo hizo ampliando el espectro de portadistas a ilustradores de todo el mundo, siempre primando el talento artístico.
Conversación en Barcelona
Precisamente gracias a Ware y su residencia de seis meses en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB), Mouly y Spiegelman han pasado por la ciudad condal durante la actual edición del festival anual Kosmopolis –la gran cita con la cultura en Barcelona–, con el fin de participar en varias charlas y conferencias. El programa incluye también la presencia del maestro del cómic de terror Charles Burns.
Una de estas charlas tuvo forma de conversación entre Mouly y cuatro de sus portadistas españoles fetiche, aquellos a quien ha utilizado con mayor asiduidad en los números mensuales de la revista: Luci Gutiérrez, Javier Mariscal, Ana Juan y Sergio García. Entre ellos suman en total 50 portadas de la publicación, además de cuatro premios nacionales de ilustración.
El estilo inconfundible de Mariscal se ha extendido al cine a merced de sus colaboraciones con Fernando Trueba en películas como Chico y Rita o Dispararon al pianista. Además, fue el diseñador de Cobi, la mascota de los Juegos Olímpicos de 1992 en Barcelona. Cuenta con 11 portadas en The New Yorker: la última, la del centenario de la revista.
Por su parte, Ana Juan cuenta con una larga carrera que la vincula a publicaciones icónicas de la ya lejana movida madrileña, como Madriz o La luna de Madrid, para, desde allí, desarrollar colaboraciones en múltiples ámbitos. La ilustradora suma a su vez 24 portadas en The New Yorker; y diseñó la portada del número dedicado a las mujeres de la revista de elDiario.es.
Respecto a la barcelonesa Luci Gutiérrez, es reconocida por su autoría del manual de inglés ilustrado English is not easy (Blackie Books), además de por sus múltiples colaboraciones con revistas y periódicos de todo el mundo. Cuenta con cinco portadas para The New Yorker y adicionalmente realiza en esta revista cada semana la ilustración para la sección Shouts & Murmurs.
Finalmente, Sergio García destaca como incansable investigador además de dibujante, ejerciendo de catedrático en la Facultad de Bellas Artes de Granada. García, que fue premio Nacional de Ilustración en 2022, cuenta con diez portadas en The New Yorker. Por otro lado, en el ámbito anglosajón destaca por su libro Lost in NYC. A subway adventure, realizado junto con Natja Spiegelman, hija de Françoise Mouly.
Crear el anti-The New Yorker
“A los pocos meses de ser contratada como directora de The New Yorker, [la periodista británica] Tina Brown me llamó y nos reunimos; yo entonces estaba centrada en Raw”, dijo Mouly durante la charla en Kosmopolis al respecto de su contratación. La editora explicó que Brown, llegada en 1992, le dijo que “las portadas y la estética de la revista eran muy antiguas, aburridas y previsibles, de modo que los lectores podían saber perfectamente cuál sería el tema de portada de la semana siguiente”.
“Tina me dijo que quería romper con esa dinámica y había pensado en mí tanto por mis conocimientos en ilustración como por mis contactos con muchos artistas originales y alternativos a través de Raw, porque quería que yo creara un concepto ilustrativo que fuese una suerte de anti-The New Yorker, algo nada previsible y altamente creativo”, añadió. Una de las primeras figuras en las que pensó fue en Javier Mariscal que, justo tras las olimpiadas de Barcelona, había adquirido un gran renombre internacional.
Mouly reconoció que el de Mariscal “puede parecer por su estilo un trabajo muy informal, por su trazado y su detalle difuso”, pero que, durante los años que han trabajado juntos, se ha dado cuenta de “la profunda abstracción esencialista que hay en cada una de sus ilustraciones”. La editora recordó que las primeras propuestas del valenciano le llegaron en un disco de memoria que pesaba varios megas: “Hoy eso es insignificante, pero en ese momento era una cantidad de memoria muy grande y estábamos acostumbrados a que los dibujantes nos mandasen pruebas en papel”.
Mariscal se defendió del comentario bromeando sobre los “ilustradores esencialistas, que necesitan sentir el crujido de la pluma sobre el papel” y, entre las risas del público, comentó que hace apenas unos meses, tras cinco décadas de carrera, aprendió el significado del código de dureza de los lápices. “A mí me da lo mismo un lápiz analógico que otro digital, un papel o una tableta, lo que me interesa es el resultado final”, remachó.
Acto seguido, Mariscal pasó a explicar cómo recibió el primer encargo de Françoise: “Tenía en la cabeza los dibujos de Saul Steimberg [histórico ilustrador de The New Yorker] como algo inalcanzable, un sueño, y de repente suena el teléfono y es Françoise que me pide propuestas para la portada...”. “Tardé en dejar de flipar”, añadió para después decir: “Y ahora estoy aquí con ella, frente a Art [Spiegelman], cuyo nombre, Art, ya es un propósito en sí mismo; frente Chris [Ware], el mayor genio del cómic, un hombre que de tan inteligente le arde el cerebro y le ha quemado los pelos dejándolo calvo”.
Pedir lo que hay dentro de los ilustradores
Los cuatro ilustradores presentes en la charla junto a Mouly coincidieron en que, a pesar de la alta exigencia de la editora, que les deniega numerosas propuestas antes de aceptar una, el diálogo con ella siempre es fluido y amigable. “Mirando mails de cuando publiqué mi primera portada, me he dado cuenta de que no fue un llegar y besar el santo, sino que Françoise me había dicho que 'no' a muchas propuestas, pero no de una forma taxativa, sino siempre procurando que la siguiente propuesta fuera una mejora”, explicó Luci Gutiérrez.
Ana Juan –de quien Mouly destacó “su gran versatilidad a la hora de crear ilustraciones, que le permiten viajar de lo más banal a lo trágico”–, corroboró la versión de Gutiérrez y describió cómo han sido sus conversaciones con la editora a lo largo de todos estos años: “Siempre me ha empujado a no darle la propuesta que ella esperase sobre el tema de portada en cuestión, sino a buscar dentro de mí cómo quería yo enfocar ese tema”. Sergio García, a su vez, coincidió en que “Françoise te hace sacar la propuesta de dentro y esto muchas veces lleva a un camino de rechazos que hace el proceso largo”. “Yo tardé años en lograr que me aceptara una portada”, aseguró el ilustrador granadino.

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