Encontré el reloj de mi bisabuelo en Wallapop cuando estaba buscando un regalo de Reyes para mi hermano. No podía creérmelo. El anuncio decía: «Reloj de pared del siglo XIX, fabricado en Lasarte. Célebre en su época, lo llamaban el Incomprendido».
Aunque era medio barroco, también me pareció precioso.
Y supongo que no dejaba de tener cierto valor histórico e incluso sentimental. Sin embargo, costaba tres mil euros. No se hacen regalos tan caros en mi familia. Un libro, un jersey como mucho. Le escribí al vendedor y, en el regateo, conseguí una rebaja de quinientos euros. Aun así, era mucho dinero. Por eso desistí.
Pero no me olvidé de aquel reloj. Se instaló en mi cabeza, se colaba en mis sueños. Comprendí que esa obsesión no podía responder al simple regocijo de tener un detalle con un

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