En la ajetreada esquina de Avenida Corrientes y Riobamba, el ruido y la furia de la ciudad imponen su ritmo. Pero al cruzar el umbral del mítico bar ‘El Beso’, se ingresa a otro mundo en que el tiempo parece cambiar. Adentro, la música de un tango envuelve el salón y, para un grupo de personas que bailan al dos por cuatro, la enfermedad de Parkinson queda suspendida en la puerta.
"Tengo un problema en la pierna derecha. Vengo rengueando, pero cuando me pongo a bailar acá me olvido de la pierna y de todos los problemas ”, dijo a La Prensa sonriente Charly, que en su juventud supo asistir a milongas donde su destreza de bailarín se apoderaba del escenario.
La confesión de Charly no es una exageración, sino que es la descripción literal de lo que ocurre cada martes en este santuario de

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