Se necesita ser muy ingenuo —o muy fanático— para creer que la bandera del antiimperialismo alcanzará para defender a Gustavo Petro de la tormenta que le está cayendo desde Estados Unidos.

Esta columna la escribo pensando, sobre todo, en los jóvenes universitarios, siempre sensibles a este tema, y con razón. Porque hay algo profundamente noble en el instinto ciudadano que se indigna ante los abusos del poder extranjero y que siente como sagrada la dignidad y la soberanía de la nación.

Sin embargo, el concepto de antiimperialismo se ha ido borrando del debate público. Las nuevas generaciones no tienen la experiencia de haberlo escuchado en medio del fragor ideológico de la Guerra Fría. Desde la caída del Muro de Berlín, esa palabra perdió el fuego que alguna vez tuvo.

Algunos dirán que e

See Full Page