Cada año, el último fin de semana de octubre, repetimos un pequeño rito doméstico: atrasar los relojes una hora . Lo hacemos casi sin pensar, pero esta costumbre tiene su origen: en España se implantó en 1974, tras la crisis del petróleo, para aprovechar mejor la luz solar y ahorrar energía. Medio siglo después, el supuesto ahorro es más que discutible ; lo que sí permanece es el precio que paga nuestro reloj biológico.
En la consulta lo noto. Los días posteriores al cambio horario mi centro de salud parece bostezar: más cabeceos, más quejas de sueño ligero , esa sensación de ir «una hora antes» de lo que el cuerpo quisiera. Aun así, el horario de invierno nos da algo valioso: nos devuelve, aunque sea un poco, ir al compás natural de la luz solar.
Nuestro organismo funciona c

La Crónica de Badajoz

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