La madrugada del pasado sábado al domingo hicimos lo que llevamos haciendo desde hace tiempo: atrasar los relojes una hora . Pero no fuimos los únicos. Este es un ritual que Europa lleva repitiendo desde hace décadas y que, en teoría, tenía los días contados. Sin embargo, seis años después de que los ciudadanos europeos pidieran poner fin a este hábito, el cambio de hora se sigue produciendo aunque puede que estemos entrando en su recta final.

En 2018 parecía que, por fin, algo iba a cambiar. La Comisión Europea lanzó una pregunta sencilla a los ciudadanos: ¿seguir con los cambios de hora o acabar con ellos para siempre? La respuesta fue todo un aviso. El 84 % dijo que no quería más cambios de hora. Participaron más de 4,6 millones de personas, la consulta más multitudinaria de la historia comunitaria. A partir de aquello, cada país decidiría si quedarse con el horario de verano o el de invierno, y el debate parecía cerrado. El Parlamento Europeo hizo su parte y, en 2019, dio luz verde a la eliminación del cambio horario. Parecía que todo iba a resolverse pronto, que bastaba con que cada país eligiera su franja. Sin embargo, llegó la pandemia y aquel impulso se detuvo, sumando además la maquinaria lenta del Consejo de la Unión Europea, donde los gobiernos no terminan de ponerse de acuerdo. Desde entonces, la propuesta da vueltas en los despachos de Bruselas sin avanzar , atrapada en un laberinto político del que, por ahora, nadie ha encontrado la salida.

El cambio de hora puede cambiar para siempre

El cambio de hora nació con una lógica práctica: aprovechar la luz del día para consumir menos energía. Pero esa teoría hace tiempo que cojea. Los estudios más recientes lo cuestionan y alertan, además, de los efectos sobre el sueño, la salud y la productividad.

Por eso la consulta de 2018 fue tan rotunda. Bruselas esperaba respuestas tímidas, y en cambio se encontró con un auténtico aluvión. Ese empuje llevó al Parlamento a actuar rápido: en marzo de 2019 votó poner fin al sistema y dejar que cada Estado eligiera su horario fijo.

Pero ahí empezó el freno. Los países del norte querían quedarse con el horario de invierno, los del sur preferían el de verano , y nadie se atrevía a dar el primer paso por miedo a desajustes en el mercado o en los horarios fronterizos. El resultado: el plan se fue enfriando entre comisiones técnicas , informes y reuniones que nunca llegaban a ninguna parte y como no, llegó la pandemia que detuvo esta cuestión y todas las demás.

Seis años de bloqueo

Han pasado seis años y la propuesta sigue encallada. Ni la crisis de la Covid-19 ni los cambios de presidencia en el Consejo han servido para moverla. Cada país tiene sus propias prioridades y el asunto se ha ido quedando al fondo de la agenda política.

La actual presidencia danesa ha sumado un nuevo requisito : quiere un informe de impacto antes de retomar el debate . Pide a la Comisión Europea que analice cómo afectaría eliminar el cambio de hora al mercado único, ese argumento que siempre aparece cuando falta consenso. El informe ya está en marcha, pero sin fecha concreta. Y hasta que llegue, el reloj de Bruselas seguirá parado.

Los ciudadanos ya no quieren cambiar la hora pero no se les hace caso

La paradoja es evidente. Lo que comenzó como un gesto de democracia participativa sin precedentes ha acabado convertido en un ejemplo de cómo la burocracia puede diluir la voz de los ciudadanos. Más de 4,6 millones de europeos respondieron a la pregunta de Bruselas y el 84 % pidió terminar con el cambio horario. Pero seis años después, esa voluntad popular sigue archivada.

España fue uno de los países más activos en intentar recuperar el tema. De hecho, varios eurodiputados y hasta el mismo presidente del Gobierno han solicitado recientemente reabrir la discusión, pero la iniciativa ha vuelto a chocar contra el muro de la falta de acuerdo. Cada país tiene su propia visión , y sin un consenso común, el cambio no puede aplicarse.

Mientras tanto, los ciudadanos seguimos ajustando relojes dos veces al año, entre la resignación y el cansancio. Y lo que parecía una decisión definitiva se ha convertido en una historia cíclica, tan repetitiva como el propio cambio horario.

¿Qué pasará a partir de ahora?

Bruselas insiste en que el debate no está cerrado, pero admite que la decisión final depende de los Estados miembros. El Parlamento ya hizo su parte y no puede avanzar más sin la aprobación del Consejo. De momento, sólo se espera ese nuevo informe de impacto que, si llega a publicarse en 2026, podría servir para retomar la negociación.

Hasta entonces, Europa seguirá girando el reloj dos veces al año, entre la promesa incumplida y la falta de consenso. Lo único que ha cambiado es el tono: de la esperanza al escepticismo.