El Ayuntamiento y el Real Madrid se habían conjurado para redibujar el mapa subterráneo de Chamartín. Florentino , que ya había convertido el estadio en una nave intergaláctica, quería ahora colonizar el subsuelo. Y Almeida, tan devoto de los grandes proyectos como de los photocalls con bandera, se ofreció como escudero administrativo. Se trataba de excavar el Edén : dos aparcamientos subterráneos, un túnel de 650 metros y una concesión a 40 años. El negocio perfecto, el sueño húmedo de la ingeniería y del marketing institucional.

El problema —siempre hay uno— es que el paraíso estaba edificado sobre suelo público . Y sobre la paciencia de los vecinos, que ya habían aprendido a convivir con los martillazos, las grúas y el espectáculo de los camiones desfilando a medianoche. Lo q

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