m. cuando el último out aún no caía. Treinta y ocho jugadores habían pasado por el plato. Nueve relevistas habían agotado sus brazos. Y aún así, nadie se movió de sus asientos.

Entonces, en el fondo de la decimoctava entrada, con el conteo ya en 1-2 y el público respirando sin darse cuenta, Freddie Freeman recibió una recta que apenas rozó la zona de bateo. No hubo gesto de celebración anticipada. Solo un movimiento limpio, como quien ajusta una correa antes de correr. La pelota salió como un proyectil, sin girar, sin dudar, y se perdió en la noche de Los Ángeles, a 406 pies de distancia, directo al centro.

Detrás de él, Shohei Ohtani ya había dejado su huella: dos jonrones, uno en la cuarta entrada, otro en la séptima, cada uno más contundente que el anterior. Su nombre apar

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