Nadie preguntó. Nadie quiso saber. Pero los que la vieron caminar entre los pasillos del estudio, con una bufanda que no se quitaba ni para tomar agua, supieron que algo había cambiado para siempre.
Los ensayos fueron silenciosos. No hubo risas entre tomas, ni chistes sobre el frío del set. Ella se mantenía al fondo, observando, escuchando, como si cada palabra del guion fuera un eco de algo que ya vivió. El director, “no quería forzar emociones” , dijo más tarde. Pero los asistentes recuerdan que, en una pausa, ella tomó una tijera de la mesa, la abrió y la cerró tres veces —sin cortar nada— mientras miraba fijamente el suelo.
Después de tres días sin aviso, regresó con la cabeza rapada. No por el personaje. No por la escena. Porque, según testigos del camerino, “ya no quería ver su

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