Lady Gaga ha teñido de rojo el Palau Sant Jordi para acoger a sus “monstruos” este martes, en el primero de los tres conciertos que va a dar en Barcelona esta semana, parte de su gira The Mayhem Ball . El escenario lo copa una fortaleza, la fortaleza que instantes después la artista demostrará que es suya. Su lugar, su hogar, su reino y su legado a la vez. La cantante aguarda en la pantalla que copa la parte superior, invitando al público a su show , a su casa. Una casa en la que ella pone las normas, en la que su cuerpo de baile arranca enjaulado. En la que brota el fuego, en la que cuelgan ángeles. Y solo le hacen falta dos canciones para demostrar que la única forma de afrontar lo que está a punto de suceder es entregarse, sin vergüenza, dispuesto a llorar, a sudar, a crecer.

Antes del gran comienzo, emite una advertencia desde los luminosos, desdoblada en una Lady Gaga vestida de rojo y con el pelo negro a la izquierda, y ella misma, a la derecha, vestida de blanco, con un ramo de rosas del mismo color en las manos. Con ellas introduce el concepto que marca su tour, The art of personal chaos [El arte del caos personal] . Un caos que no deja espacio ni compás sin contenido, sin vibración, sin adrenalina ni permitir apenas segundos para coger aire. Sin treguas, ni sin sentidos. Lady Gaga brinda un concierto generoso, exhausto, acogedor, demoledor, oscuro y a la vez tremendamente luminoso.

Su entrada es en lo alto de una especie de altar de terciopelo rojo, vestida del mismo color, mientras entona Bloody Mary . La música de la artista consigue colarse hasta la médula del público en apenas dos temas, y termina de hechizarlo con su Abracadabra . “¡Arriba las manos!”, pide poco tiempo después desde el centro de la escena, donde es secundada además de por sus bailarines, por la banda que también habita su castillo.

Lady Gaga, sobre el escenario de su gira 'The Mayhem Ball'

Del rojo viaja al verde con el que culmina el primero de los cuatro actos que componen su performativa propuesta. Y es que su propuesta no solo va de cantar una canción tras otra, aquí se cuenta una historia como si de una ópera se tratara, en la que cantante combate su caos, se hace aún más fuerte, y con ella, todos sus feligreses, a los que más adelante llamará “pequeños monstruos”. Poker face , uno de sus temas más emblemáticos, cierra el ya demoledor capítulo inicial.

El sueño gótico

El segundo acto, And She Fell Into A Gothic Dream [Y ella cayó en un sueño gótico] , lo inaugura Perfect Celebrity, con Lady Gaga semienterrada ahora vestida de blanco, y peluca rubia. Le rodean cadáveres descolocados, cubiertos de tierra. De su particular fosa brotan igualmente varios de sus bailarines, que devuelven la vida a sus cuerpos a ritmo de Disease . “Puedo ser tu antídoto esta noche”, canta mientras pelea con el dolor, los anclajes al pasado que es mejor olvidar, los venenos –tengan al forma que tengan– que en su show materializa con un ser vestido de rojo, como si del mismísimo demonio se tratara.

De ahí pasa a enfrentarse a las trampas de la fama con su canción Paparazzi , con una potente y angustisa puesta en escena. La artista recorre la pasarela haciendo fuerza contra un eterno velo blanco que quiere hacerle retroceder, a la fuerza. Y con mucha. Ella camina portando una especie de muletas de metal en sus brazos, que parece que pueden ayudarla, pero que demuestran que la popularidad no es ligera, tiene un peso que aun así, acaba venciendo, armadura mediante, con los brazos en alto, para dar paso a LoveGame y otro de los temas más icónicos –y laureados–, Alejandro , subida en lo alto de uno de los laterales de su fortaleza.

Lady Gaga despliega todos los recursos posibles para dominar el caos, incluidas las guitarras eléctricas, que ella también toca transformándola en una extensión de ella misma, en The Beast .

La hermosa pesadilla

Como si de la Reina de Corazones de Alicia en el país de las maravillas se tratara, la artista arranca el tercer acto, The Beautiful Nightmare That Knows Her Name [La hermosa pesadilla que se sabe su nombre] , con el escenario presidido por una calavera gigante, ladeada. Un cráneo que el elenco mueve porque puede poseerlo mientras suena Killah .

El espectáculo en sí parece ser una catarsis para la propia Lady Gaga, que en todo momento invita a que también lo sea para sus fans, a los que básicamente ordena a que griten desgañitándose como lo hace ella, bailando como lo hace ella, levantando los brazos como lo hace ella. Porque en su fortaleza bailan hasta los muertos, los Zombieboy . Desde luego, la estética del show parece haber sido concebido para el tercero de los conciertos que va a dar en Barcelona, este viernes, coincidiendo con Halloween, pero un Halloween en el que la artista consigue poseer hasta el terror, sin temerlo, sin romantizarlo, sin idealizarlo, poseyéndolo. Y acaba el acto con Applause y Just Dance para rematar el exorcismo.

El reinado definitivo

El ‘baile de los muertos’ da paso al último acto del concierto, Every Chessboard Has Two Queens [Todo tablero de ajedrez tiene dos reinas] . Shadow of a Man y Kill for love son los temas que lo introducen, con la cantante y compositora luciendo pelo gris y un traje militar, negro con bordados blancos. Este capítulo incluye uno de los momentos más enérgicos del show, gracias a Born this way y, sobre todo, su dedicación a toda la comunidad queer: “Esto es para vosotros, vuestro orgullo, amor, corazón, libertad. Os queremos”.

Pero lo más impactnate estaba aún por llegar, con el tridente Millions reasons, Shallow y Die with a smile. Este último con ella –por fin– al piano. En especial con los dos primeros temas, en los que canta para vencer a ese otro ‘yo’ –que para cada uno puede tener una forma, significado y entidad, pero del que nadie se libra, y cuesta intentarlo– que arrastra, que encadena al dolor, a la ansiedad, a la angustia, al desasosiego, que ciega para no dejar la “única razón” que necesitamos para quedarnos de la que habla de Million Reasons , o de las “profundidades” de las que alejarse de las que ahonda Shallow .

Lady Gaga resignifica con ellas el descenso a los infiernos hasta cantarle al amor en Die With a Smile y volver a sus inicios con Dance in the Dark , porque en el fondo Lady Gaga siempre ha mirado de frente a lo más oscuro, a lo doloroso, a lo que entristece, a los demonios que a veces, por mucho que cueste reconocerlo, intentan –y de vez en cuando consiguen– poseernos. Quizás sea por esa misma razón –filetes y looks extravagantes mediante– y su torrente de voz, con unos graves tan característicos, con un registro que alcanza unos agudos de los que también logran resonar por dentro, que invitan a creer en la victoria. El infierno no es eterno, puede no elegirse, se puede bailar con él si aprendemos a hacerlo, pero para ello hay que enfrentarlo, y cantar hasta reventarlo.