Lo que lo distingue no es solo su altura o su velocidad, sino esa quietud que tiene cuando el reloj se acaba y el partido se define. “No es solo saltar o encestar —dice con la voz pausada, como si cada palabra la hubiera ensayado en el espejo de su cuarto—. Es ver antes de que pase, saber cuándo pasar, cuándo parar, cuándo no mover un músculo. Eso es lo que me mantiene en la duela.”
Su historia no empezó en una academia de élite, sino en el parque de la colonia San José, donde su papá le compró una pelota usada y le dijo: “Si quieres jugar, no te quejes del calor, ni del piso agrietado”. Desde entonces, Aquiles entrena antes del sol, después de la escuela, y a veces hasta en la calle, con una canasta de metal que cuelga de un poste de luz. Su coach, Alex Leyva, lo descubrió en una compete

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