El nombre de Víctor Álvarez Puga no aparece en los titulares de los diarios nacionales, pero sí en los archivos de la DEA en Houston, vinculado a una red de transferencias que movía millones entre cuentas en Monterrey y empresas ficticias en Delaware. No hubo allanamientos con grúas ni arrestos en pantalones de vestir. Solo un hombre que dejó su celular en el asiento del copiloto, y desapareció como quien se va a comprar tortillas y nunca regresa. Las autoridades mexicanas mantienen silencio. Pero en las oficinas de la UIF, los papeles ya no se guardan en archivadores: se copian, se cifran, se envían al norte.
El deshielo de sus cuentas en abril de 2025 no fue un error administrativo. Fue un gesto. Como cuando alguien te devuelve el abrigo que le prestaste hace años, y sabes que ya no lo

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