Cuando un rincón de la tierra adquiere un compromiso –y no un simple sello...– con la sostenibilidad, ocurre algo parecido a lo que sucede cuando un viejo farol en la costa, después de mucho tiempo oscilando al compás del viento, se renueva: no se trata de cambiar la bombilla; se trata de afirmar que la noche, la mar, el paisaje siguen importando, siguen teniendo voz. Así lo ha hecho Urdaibai, ese rincón donde las mareas y las marismas guardan memorias de sal y de vuelo de aves, al renovar su acreditación con la CETS, organismo que entiende al turismo no como invasión, sino como visita respetuosa.

La línea que separa el turismo masivo del turismo sostenible es tan fina como la espuma de las olas en una playa de primavera. Urdaibai ha optado por ese umbral tenue, ha decidido hacer de la vi

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