Nadie lo reconocía en ese momento. No había cámaras, ni flashes, ni hashtags preparados. Solo él, su novia, y un sacerdote que no sabía que estaba bautizando a uno de los rostros más visibles de la televisión hispana .
Lo que sucedió después no fue un espectáculo, sino un silencio cargado de significado. Toni Costa no solo se mojó con el agua; se despojó de algo que llevaba años arrastrando: la necesidad de ser visto para sentirse real. “ Yo no vine a que me aplaudieran. Vine a que me escuchara algo más grande que el ruido de las redes ”, confesó más tarde, entre lágrimas que no intentó contener.
Detrás de él, Mimi Ortiz, con un vestido blanco sencillo y los ojos aún húmedos por el rezo previo, sostenía una pequeña Biblia que él le regaló el día que le dijo: “ Si esto funciona,

 El Diario de Sonora
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