Tadzio fue una inspiración que nos dejó la literatura y una sublimación que solo podía elevar el cine. Lo que Thomas Mann describió como metáfora, Visconti lo arregló después para el celuloide como una improvisación de carne y hueso que triunfó mucho y que devendría después en tragedia en aquella posteridad de los setenta y su continuación de los ochenta. El cineasta jugó a ser Dios, pero no con una pelliza de barro, sino con un niño, para descender del mundo celeste de la filosofía un ideal, una ilusión de belleza, un platonismo, un inalcanzable, y corporeizarlo a lo bíblico, con una desmedrada arrogancia, en un adolescente, sin presentir el drama que estaba pergeñando.

Los dioses siempre castigan las soberbias del hombre, como advierten los mitos griegos, luego afianzaron los roman

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