En la era digital actual, los videojuegos son accesibles para todas las edades. Sin embargo, los padres enfrentan el desafío de identificar el nivel de violencia en los títulos que utilizan sus hijos. Este aspecto no siempre es evidente a partir de las portadas o las sugerencias de edad. Por ello, es crucial conocer las herramientas adecuadas para tomar decisiones informadas.

El primer paso es verificar la clasificación oficial del videojuego. En Europa, el sistema PEGI (Pan European Game Information) clasifica los juegos en diferentes categorías: PEGI 3, PEGI 7, PEGI 12, PEGI 16 y PEGI 18. Cada categoría indica la idoneidad del contenido. Por ejemplo, PEGI 3 es apto para cualquier edad, mientras que PEGI 18 está reservado para adultos debido a su violencia extrema o contenido sexual explícito. En Estados Unidos, la ESRB (Entertainment Software Rating Board) utiliza etiquetas como E (Everyone) y M (Mature) para clasificar los videojuegos.

Además de la clasificación, los padres deben analizar si el videojuego premia la agresión gratuita o presenta violencia sin contexto. La observación directa es fundamental. Los padres pueden acompañar a sus hijos durante el juego o revisar videos de jugabilidad para identificar mensajes y efectos que no siempre se reflejan en el material promocional.

La interacción en línea también añade riesgos. En los espacios multijugador y chats, pueden surgir comportamientos hostiles y lenguaje inapropiado. Por lo tanto, evaluar la interacción social es esencial para prevenir exposiciones a contenido no filtrado por adultos.

Un informe de la Asociación de Enfermería Comunitaria indica que, aunque no se observó un incremento sostenido de la agresividad entre quienes eligen títulos violentos, sí se registraron efectos inmediatos como irritación o enfado durante las partidas. El uso prolongado de videojuegos puede llevar a aislamiento social y dificultades para gestionar emociones.

Los padres deben establecer tiempos de juego y reglas claras sobre el uso de videojuegos. Mantener un diálogo abierto permite identificar experiencias o inquietudes generadas en el entorno digital. Si se detecta violencia intensa sin contexto narrativo, es recomendable explorar alternativas más adecuadas.

En conclusión, prestar atención al contenido, revisar clasificaciones y supervisar el uso digital son claves para asegurar una experiencia saludable para los niños y adolescentes. Esto fortalece la capacidad de las familias para acompañar el crecimiento digital de manera responsable.