Quienes ya pasamos del medio siglo en la tarea fascinante de observar y narrar la vida desde el privilegiado balcón del periodismo; atender los hechos, fijarlos en la memoria de la sociedad impresos en los papeles de los diarios o propagados con la voz por la radio y también las imágenes de la televisión, hemos aprendido algo importante: la información es delicada, frágil y de arduo manejo.
Es como manejar un tráiler cargado de nitroglicerina, como en aquella vieja película, “El salario del miedo”.
Distinguir entre lo real y lo aparente; evaluar lo importante y lo intrascendente, categorizar los hechos, pescarlos al vuelo, sopesarlos, distinguir el oro del brillo; conocer al gato y a la liebre, la gimnasia y la magnesia, son prendas profesionales cuyo dominio requiere tiempo, disciplina,

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