CIUDAD DE MÉXICO (AP) — Flores. Velas. Comida. Encuentro con los que se fueron. Una fiesta para los sentidos llena de tradición pero siempre con toques diferentes.

Las celebraciones por el Día de Muertos en México —declaradas patrimonio cultural inmaterial de la humanidad por la Unesco desde hace dos décadas— atrapan cada año a pobladores y turistas, ancianos y a niños de distintos lugares a nivel nacional, desde el zocálo capitalino, la principal plaza del país, a un sinnúmero de pequeños panteones y hogares desperdigados por llanuras, cerros y valles.

“Es una cara pública y otra íntima”, afirma Filiberto Valdés, vecino de Zapotitlán, un pueblo de unos 9.000 habitantes del sur de Ciudad de México que se jacta de sus raíces prehispánicas pero sabe adaptarse al futuro.

Su calle principal se convierte desde hace solo una década en un “desborde de creatividad”, en palabras de Valdés, para alentar a los visitantes: enflorados de cempasúchil, la flor naranja característica del Dia de Muertos cultivada y recien cortada de los campos cercanos; dibujos con serrín que parecen delicadas alfombras y, sobre todo, “muertitos” de cartón elaborados localmente por cartoneros aficionados como él y que son expuestos en todas las actitudes y oficios imaginables.

Según cuenta Valdés, la iniciativa fue creciendo poco a poco para mostrar los trabajos artísticos del pueblo realizados como afición aunque quieren cuidar que el turismo no desvirtue su esencia como ha ocurrido en algunos puntos del país.

Desde el exterior del país, se vincula el Día de Muertos mexicano con esqueletos, cráneos o maquillajes de “catrinas”, la caricatura dibujada por José Guadalupe Posada a principios del siglo XX pero bautizada así y popularizada décadas después por el famoso muralista Diego Rivera.

Pero la fiesta más íntima tiene raíces prehispánicas. Se centra en la creencia de que el espíritu de los difuntos regresa estos días del inframundo para visitar a sus seres queridos. El ‘reencuentro’ se convierte en fiesta en cementerios, plazas o viviendas.

Las familias limpian y decoran las tumbas en los panteones y las cubren de cempasúchil, velas y ofrendas con las comidas y bebidas favoritas de sus parientes muertos o ponen altares en sus domicilios.

“Poner la ofrenda es un fortalecimiento de los lazos familiares", explica Valdés, porque todos colaboran, hermanos, sobrinos, primos. También se fomenta lo social.

En Mérida, al sureste del país, salen en procesión las ánimas simbolizadas por los hombres y mujeres que recorren esta ciudad en sus tradicionales trajes blancos.

En los pueblos de Michoacán, al occidente, los panteones se iluminan para recibir a los difuntos como un acto comunitario, más allá de los turistas que cada año se multiplican.

Los pobladores de Zapotitlán también se reúnen alrededor de los hornos para cocer pan de muerto, el dulce por excelencia de la festividad que, según Valdés, en su pueblo tiene tantas variantes como familias.

Según cuenta, cada casa lleva sus ingredientes, su receta, aporta la leña o vigila la elaboración en los hornos tradicionales que quedan en el pueblo y que sirven para convivir con vecinos que a veces no ves en otros momentos del año.

Con variantes según las regiones, la festividad suele comenzar el 31 de octubre, recordando a los que murieron en accidentes; continúa el 1 de noviembre para conmemorar a los niños difuntos y concluye el 2 de noviembre con el recuerdo de los adultos muertos.

“Muchos acostumbramos a traerles (su) comida favorita, lo que a ellos les gustaba, tenemos la tradición de venir y estar con ellos toda la noche”, dijo a The Associated Press Rosa Icela Estrada, una ama de casa, en un cementerio en Tzintzuntzan, en el estado de Michoacán, donde el viernes por la noche pobladores llevaron flores y encendieron velas en los altares de las tumbas de niños fallecidos.

“Hoy es la velación de los angelitos”, señaló la artesana María Susana Leandro Pérez mientras encendía unas velas.

En muchos lugares no falta la música. A veces son sones jarochos, otras mariachis. En Zapotitlán todavía quedan “ofrenderos” que cantan a los difuntos casa por casa a cambio de comida, una tradición que, según Valdés, ya se va perdiendo.

Otras costumbres van, sin embargo, al alza como el desfile de muertos de Ciudad de México que comenzó a celebrarse tras el rodaje en la capital de la película “Spectre” de James Bond de 2015 o los numerosos concursos de catrinas.

A fin de cuentas, como dicen algunos, lo importante en el Día de Muertos es celebrar la vida.