No debería sorprender a nadie lo ocurrido esta semana en dos favelas cariocas, con un saldo de más de 130 muertos –cifra que supera a la de algunos escenarios bélicos– y un número no difundido pero igualmente elevado de bajas colaterales. Tampoco debería suponerse que los dos mil kilómetros existentes entre Río de Janeiro y Córdoba son una valla imposible de trasponer. Todo lo contrario.
El operativo contra el Comando Vermelho, una de las organizaciones criminales más poderosas de Brasil, no solo mostró escenas propias de una guerra civil, sino que desató un debate ideológico que no tiene demasiado sentido ante los hechos consumados. Como de costumbre, la discusión ha alineado a uno y a otro lado a garantistas y a punitivistas, defensores de la mano dura.
Los trágicos sucesos lastiman se

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