La franja que divide los estados de Michoacán y Jalisco, México, se ha convertido en una zona de pueblos fantasmas. Calles vacías, casas baleadas y caminos desolados. Es lo que marca el paisaje de comunidades enteras abandonadas debido a los enfrentamientos entre grupos de la delincuencia organizada, que se disputan el control del territorio y del tráfico de drogas.
Donde antes había comunidades llenas de vida, ahora impera el silencio. Ya no se ven animales en los corrales ni dueños que los alimenten.
El fenómeno del desplazamiento forzado se ha vuelto parte de la cotidianidad del municipio de Santa María del Oro, en el estado de Jalisco, en eloeste de México, donde la violencia derivada del narcotráfico ha obligado a familias enteras a huir para salvar la vida, según denuncian reside

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