Al hombre del Sombrero, el que decía temer solo una cosa, morir antes que su abuela, lo ha enterrado ella
Veintiún velas soplaba Carlos Manzo cuando, en un bar de Uruapan, depositaron cinco cabezas humanas. Era 2006.
El del Sombrero tenía veinticinco años cuando, en Apatzingán, fue encontrada una camioneta con seis hombres decapitados.
Veintinueve contaba el uruapanse cuando, en Zacán, cuatro cabezas fueron halladas frente a una iglesia dentro de bolsas plásticas.
En Michoacán, territorio donde la supervivencia exige hacerse invisible , Carlos Manzo eligió ser visto. Portó como emblema un sombrero y un morral de gallo bordado: insignias mínimas de desafiante identificación.
Un sombrero sahuayense le dio identidad al hombre y apellido al movimiento: el Movimiento del Sombrero.
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