En los primeros siglos del cristianismo , la salud y la enfermedad se comprendían a través de un prisma que combinaba la creencia popular, la fe religiosa y los conocimientos médicos de la antigüedad. La figura de Jesucristo como "médico" del alma, una metáfora repetida por San Pedro y los primeros autores cristianos, simbolizó el inicio de esta nueva aproximación.

Allí la dolencia física a menudo se ligaba a la necesidad de redención (según el análisis de Pedro Gargantilla, autor de El Cristianismo Primitivo Y La Medicina). En el ámbito taumatúrgico, muchas dolencias se atribuían al pecado del paciente o de sus padres , una visión que el propio Jesús desafió al deslindar la causa de la enfermedad de su sentido, como se relata en la curación del ciego de nacimiento.

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