Podría decirse que todo empezó por un pelotazo. Ricardo Halac tenía 13 años y, como tantos chicos porteños, pasaba las tardes en la plaza, entre gritos, risas y botines embarrados. Hasta que un muchacho algo mayor lanzó una invitación al aire –así, como quien tira una caña en el Riachuelo a ver si pica algo–: "¿Alguien quiere venir al teatro?". Y Halac , sin saber que estaba a punto de cambiar de escenario, dijo que sí. Esa noche se sentó en primera fila. Tan cerca del escenario que podía ver el temblor en las manos de Discepolín durante el tercer acto, después de haberlo visto sufrir un ataque de salud en el segundo. Fue como ver a un dios. Y eso, claro, no se olvida nunca.

Han pasado más de siete décadas desde entonces, y Halac –porteño, 90 años, nacido un lunes 13 de mayo de 19

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