Para una de cada 10.000 personas, algo tan inofensivo como una pieza de fruta puede convertirse en un veneno. No existe cura ni tratamiento farmacológico; la única solución es una vigilancia alimentaria constante y de por vida. Hablamos de la intolerancia hereditaria a la fructosa, una rara enfermedad genética que obliga a quienes la padecen a vivir en un campo de minas nutricional donde el más mínimo descuido puede tener consecuencias muy graves.

De hecho, el origen de todo es la carencia de una enzima clave , la aldolasa B, indispensable para que el organismo pueda metabolizar correctamente la fructosa. Sin ella, este azúcar, junto a otros derivados como la sacarosa (el azúcar de mesa) y el sorbitol (un edulcorante común), se convierte en una sustancia tóxica que se va acumulando en

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