El valle del Douro, Patrimonio Mundial y cuna del vino de Oporto, se transforma con el cambio de estación. Los viñedos, las quintas y los pueblos del norte de Portugal muestran en otoño su cara más serena y fotogénica
Otoño en estado puro: siete parques nacionales para vivir la estación más bonita del año
En el valle del Douro, el paisaje es fruto de siglos de esfuerzo y de una tierra que se ha adaptado al vino. El río recorre el norte de Portugal formando meandros y terrazas que el ser humano ha ido moldeando a lo largo de la historia para plantar viñas. Ese trabajo, unido al atractivo natural del entorno, hizo que la UNESCO declarara el Alto Douro Viñatero Patrimonio de la Humanidad en 2001, reconociendo así un entorno cultural singular y de especial belleza.
Aquí el vino y la tierra van juntos. Desde el siglo XVIII, cuando se fundó la Real Companhia Velha (1756), el Douro se convirtió en la primera región vinícola demarcada del mundo. De sus colinas salen los vinos de Oporto, transportados río abajo hasta las bodegas de Vila Nova de Gaia, frente a Oporto, donde envejecen antes de viajar por medio mundo.
El otoño es quizá el mejor momento para visitar esta zona. Las colinas se llenan de tonos ocres, rojizos y dorados, el clima sigue siendo suave y el ritmo parece más pausado. Los pueblos se preparan para la vendimia tardía y los viñedos se convierten en un mosaico de colores que cambia con la luz de cada hora.
Tierra de vino y patrimonio
El vino de Oporto marcó la historia del Douro. Su comercio floreció gracias al Tratado de Methuen (1703), que abrió el mercado británico al vino portugués y consolidó la relación entre ambos países. Desde entonces, el Douro ha sido una región de quintas (esas fincas agrícolas dedicadas al vino) y de pequeñas aldeas donde todo gira en torno a la viña.
Para ponernos rápidamente en contexto, entre las visitas imprescindibles está el Museu do Douro, en Peso da Régua. Un buen punto de partida para entender la cultura vitivinícola y la transformación del valle a lo largo de los siglos. Pero también lo son las quintas históricas repartidas por la región, muchas abiertas al público, que permiten recorrer bodegas, catar vinos y dormir entre viñedos. Si no te quieres perder algunas de las más conocidas, apunta la Quinta do Vallado, Quinta da Pacheca, Quinta das Carvalhas o Quinta do Seixo, todas con vistas espectaculares sobre el río.
Además, más allá del vino de Oporto, esta tierra produce excelentes tintos y blancos con la denominación DOC Douro, reflejo del nuevo impulso enológico de la región.
El paisaje del otoño
El otoño cambia la personalidad del Douro. Los viñedos en bancales, llamados aquí socalcos, pasan del verde al dorado y después al rojo, creando un paisaje que bien podría protagonizar una pintura. La luz del final del día acentúa los contrastes entre el río y las colinas, y los miradores se llenan de visitantes con cámara en mano.
Por suerte, miradores no faltan en el Douro, y entre los más destacados están algunos como el de São Leonardo de Galafura, el más célebre, con una vista inmensa sobre el valle; el de Casal de Loivos, cerca de Pinhão, donde el río se curva entre viñedos; o el de São Salvador do Mundo, en São João da Pesqueira, que ofrece una panorámica impresionante de los meandros. También merecen la pena Penedo Durão, junto a Freixo de Espada à Cinta, y Quinta do Vale Meão, rodeada de viñas de rojo intenso en otoño.
Ruta por algunos pueblos con encanto
Entre los pueblos que salpican el valle, hay algunos que conservan la esencia rural y un encanto especial. Cada visitante tiene su preferido, pero posiblemente tú encuentres el tuyo entre algunos de los que no hemos querido pasar por alto.
Provesende, situado en lo alto de una colina, conserva un aire señorial, con casas solariegas de piedra, balcones de hierro y calles empedradas. En otoño, las cepas rodean el pueblo con sus colores dorados.
Castelo Melhor, cerca del Valle del Côa, combina el silencio del campo con el interés arqueológico: muy cerca se encuentran los grabados rupestres del Côa, un conjunto excepcional de arte prehistórico al aire libre.
En Ucanha, el río Varosa cruza el pueblo bajo un puente medieval fortificado, junto a una torre que servía para cobrar el paso. Sus calles empedradas y sus casitas con flores lo convierten en una parada perfecta.
São Xisto es un pequeño rincón junto al río, con casas de pizarra y un embarcadero encantador. Y en Trevões, más hacia el interior, las casas blancas y las vistas sobre el Douro resumen la tranquilidad de esta región.
Además de estos pueblos, vale la pena detenerse en Peso da Régua y Pinhão, los dos grandes centros del valle, donde se concentran muchas bodegas y desde donde parten los trenes y los cruceros fluviales.
Cómo recorrer el Douro
El Douro se puede descubrir de muchas formas, pero cada una ofrece una perspectiva diferente del valle.
En coche, la carretera N222 entre Peso da Régua y Pinhão impactante. Sus curvas siguen el curso del río, con vistas constantes de los viñedos en terrazas. Hay pequeños desvíos que llevan a miradores y aldeas congeladas en el tiempo.
En tren, la Linha do Douro (ruta ferroviaria), parte de Oporto y sigue el curso del río hasta Pocinho, atravesando túneles, puentes y pueblos de montaña. Entre Régua y Tua circula incluso el Comboio Histórico do Douro, con una locomotora diésel pintada con los colores originales, vagones de madera y personal vestido de época, pero que solo circula entre junio y octubre.
En barco, el viaje se vuelve más pausado. Desde Vila Nova de Gaia o Peso da Régua parten cruceros fluviales que permiten recorrer el valle desde el agua, pasando esclusas y admirando los bancales de viñedos que se alzan sobre el cauce. Algunos barcos tradicionales rabelo, antiguos transportes de vino, ofrecen travesías cortas entre quintas.
Y para dormir, las opciones son parte del encanto. Hay casas señoriales reconvertidas en hoteles rurales y quintas que permiten pasar la noche rodeado de viñas, como las mencionadas Quinta do Vallado y Quinta da Pacheca, o Casa de Mateus y Solar da Rede.
Los sabores del Douro
Como no podía ser de otra manera, en esta región la gastronomía tiene casi tanto peso como el vino. La cocina es contundente, rural y ligada a la temporada. En otoño, las mesas se llenan de cabrito asado, guisos de caza, sopas de castañas y embutidos caseros. No faltan el bacalao ni los dulces tradicionales de almendra.
Si concretamos un poco para no fallar y probar algo de la zona, entre los productos más típicos están la bôla de Lamego (una especie de empanada rellena de chorizo o jamón), los rebuçados de Régua (caramelos artesanales) y los vinos moscatel y de Oporto, obviamente, que cierran cualquier comida con acento local. De hecho, para muchos, disfrutar del vino mirando hacia el río, con el paisaje teñido de otoño, vale más que cualquier postre.

ElDiario.es

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