Las telas de araña que aparecen en los rincones de una casa parecen frágiles y discretas, pero en ciertos ambientes naturales alcanzan proporciones que desbordan cualquier referencia que se pueda tener. En lugares donde el aire apenas circula y el suelo desprende vapores sulfurosos, las arañas construyen entramados que recubren muros enteros y transforman una cavidad en un tejido continuo.
Esa expansión deriva de un equilibrio ecológico peculiar, impulsado por fuentes de energía distintas a la luz solar y sostenido por organismos que prosperan sin fotosíntesis. En una de esas cavidades, la dinámica entre microorganismos y arácnidos dio lugar a un fenómeno singular que atrajo la atención de investigadores europeos.
Un entramado biológico que se alimenta del gas y no del sol
El descubrimiento de una estructura gigantesca dentro de la llamada Cueva del Azufre , situada entre Grecia y Albania, fue descrito por el biólogo István Urák en un estudio publicado en la revista Subterranean Biology . Según explicó a Live Science , el hallazgo muestra “una comunidad extraordinaria de arañas que habitan en un entorno tóxico y totalmente oscuro”.
El equipo documentó una telaraña que alberga más de 110.000 ejemplares de dos especies distintas: Tegenaria domestica y Prinerigone vagans . La colonia se extiende sobre una superficie superior a los 100 metros cuadrados y se localiza en un tramo de la cueva donde no penetra la luz. Los autores del estudio señalaron que el alimento principal de estas arañas procede de una concentración inusual de moscas Tanytarsus albisutus .

En el interior de la cueva, la energía no proviene del sol, sino de reacciones químicas. Los manantiales subterráneos arrastran un flujo cargado de sulfuro de hidrógeno , un gas responsable del olor a huevo podrido y letal para la mayoría de los animales. Allí, las bacterias transforman esa sustancia en nutrientes mediante quimiosíntesis , base de una cadena alimentaria que sostiene gusanos, caracoles y larvas de mosca. Este proceso, documentado también en cuevas de Rumanía, Italia e Israel, convierte a la Cueva del Azufre en un ecosistema cerrado donde la vida se organiza sin intervención de la luz.
La cooperación sustituye la competencia en la oscuridad
Los análisis genéticos realizados por el equipo confirmaron que las arañas de esta cavidad pertenecen a las mismas especies que viven en viviendas humanas , aunque presentan una mutación exclusiva. Todas las muestras de Tegenaria domestica analizadas compartían el mismo marcador genético , distinto del de ejemplares recogidos en el exterior, lo que sugiere un aislamiento prolongado. El comportamiento reproductivo también varía: los ejemplares del interior producen menos huevos por puesta y mantienen una distribución estacional diferente . Estas particularidades indican un proceso de adaptación a un ambiente químico y térmico estable.
El comportamiento del grupo observado en la cueva rompe los patrones habituales de estas especies. En el exterior, las arañas suelen vivir de forma solitaria, pero en la oscuridad sulfurosa los individuos tejen sus embudos de seda unos junto a otros , hasta formar una red continua. Los investigadores destacaron que “la colonización de la Cueva del Azufre por Tegenaria domestica se debió probablemente a la abundancia de alimento representada por la densa nube de quironómidos”. En ese entorno, la competencia pierde sentido , y los ejemplares comparten espacio y recursos sin agresión visible.
La cueva en la que se desarrolla este ecosistema conecta con otras cavidades del macizo calizo de la frontera greco-albanesa, como Atmos y Turtle Cave. Las corrientes subterráneas transportan el agua sulfurosa hacia el río Sarandaporo y mantienen una temperatura cercana a los 26 grados centígrados durante todo el año.
En las paredes crecen biopelículas viscosas de microorganismos que alimentan a invertebrados y constituyen la base de la red trófica. La directora de la American Cave Conservation Association, Patricia Kambesis, declaró a Live Science que las cuevas “no han recibido la atención que merecen por parte de la ciencia general”, pese a su potencial para la investigación sistemática.

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