Ciudad de México. La gente estaba muy enojada, que ni qué. Pero no deja de extrañar que una marcha de derecha explícita y desafiante, portando imágenes guadalupanas y banderines blancos, diera el impulso y el contexto para atacar –con petardos, cohetones, pedradas y bombas de humo– a la Catedral Metropolitana que, igual que todo en el perímetro de la Plaza de la Constitución, se encontraba resguardada por una alta muralla de hierro, elocuente de por sí.
Lo más llamativo fue que los mismos manifestantes que gritaban “queremos paz” celebraran el violento acoso al templo católico y al Palacio Nacional.
En la plaza todo era insultos. Se dirá que así son las protestas políticas, aunque el tono aquí era bastante personal, manifestando odio visceral a la Presidenta con fantasías de vejación.

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