Los cientos de jóvenes muertos apilados en la Villa Cruzeiro de Rio de Janeiro constituyen la más reciente postal trágica de una crisis política en los agujeros sociales del Estado en donde se incuba la denominada “gobernanza criminal”.

Una situación micro totalitaria que, sin embargo, supone un estilo de vida que confiere sentido a millones de caídos del sistema. Así lo prueban las identidades gravadas a fuego en los tatuajes de sus cuerpos. Orgullo, superioridad, fraternidad temeraria y disposición a dar la vida.

La organización posee tanto atractivo que recluta a marginales de otras ciudades. Basta expresar lealtad para recibir un uniforme de fajina y un fusil como soldado en algunos de los circuitos de las volátiles “boca de fumo” al mayoreo nocturno.

Pertenecer a la vecindad signif

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