Caracas. Conozco a Nicolás Maduro desde hace unos 20 años, cuando él era el brillante canciller de la Revolución Bolivariana. Siempre he apreciado en él su modestia, su asombrosa inteligencia, su gran cultura política, su apego al diálogo y a la negociación, su firme lealtad a los valores y principios progresistas, su fino sentido del humor, su concepción austera de la vida enraizada en sus orígenes populares y su inalterable fidelidad al comandante Hugo Chávez.

Le pregunto cómo interpreta el contexto actual de presiones, calumnias y amenazas contra Venezuela. Mientras conduce con cuidado en el suave crepúsculo aragüeño, me dice:

–Ellos se han esforzado mucho en elaborar una narrativa nueva –la del “ narcoterrorismo ”– pero que, en el fondo, es lo mismo que han hecho siempre: elaborar

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