El liderazgo de Pekín en paneles solares, energía eólica y coches eléctricos no es accidental y responde a una estrategia económica a largo plazo para dominar los principales sectores industriales del siglo XXI

China se fija como prioridad para la próxima década alcanzar la autosuficiencia tecnológica

En China todo pasa deprisa. Muy deprisa. En enero de 2013, Pekín se ahogaba bajo una densa capa de contaminación que superaba los 900 microgramos de partículas PM 2,5 por metro cúbico de aire, un dato catastrófico según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Doce años después, en 2025, el gigante asiático se erige como la superpotencia de las energías limpias. Una transición energética que, utilizada como estrategia de poder industrial y geopolítico, ha convertido al país en líder mundial en paneles solares, energía eólica y vehículos eléctricos.

Este liderazgo, sin embargo, no es accidental. Responde a una estrategia económica a largo plazo para dominar los principales sectores industriales del siglo XXI. Un objetivo para el cual los dirigentes chinos empezaron a definir las energías renovables como un sector estratégico para su seguridad energética y su posición global en el plan quinquenal para el periodo 2006-2010.

Desde entonces, Pekín se ha esforzado en generar una cadena de producción completa para las tecnologías limpias, desde la extracción de materias primas hasta el producto final listo para instalar o exportar. Un proyecto desarrollado apoyándose en el enorme tamaño de su mercado interno, que ha permitido abaratar costes y acelerar innovaciones, y en las nuevas Rutas de la Seda, que han facilitado la venta de sus productos a decenas de países. La fórmula ha permitido a China ampliar su influencia internacional.

Una planificación en la que el apoyo financiero masivo, estimado en unos cuatro billones de dólares, ha sido determinante. A base de subsidios y créditos preferenciales, Pekín ha impulsado la capacidad productiva de la industria verde, que así ha podido escalar producción, reducir costes y conquistar mercados exteriores con agresivas políticas de precios a la baja, que han eliminado cualquier competencia.

El resultado salta a la vista en el sector fotovoltaico. China controla más del 80% de la producción y las exportaciones mundiales de paneles solares. Un liderazgo global impulsado por un esfuerzo inversor estimado en un billón de dólares entre 2006 y 2024, que ha desarbolado la competencia internacional. La industria europea, que tuvo una posición relevante en los primeros años de este siglo, se hundió ante la imposibilidad de competir con los bajos costes de la producción china.

El 80% de la producción global de baterías...

Un patrón similar se observa en el ámbito de los vehículos eléctricos. Tres de cada cuatro unidades vendidas en el mundo en 2024 procedían de las fábricas chinas. El país concentra, además, alrededor del 80% de la producción global de baterías de litio para automoción. Un liderazgo estratégico, porque supone controlar el corazón tecnológico del automóvil, ya que las baterías equivalen al 30-40% del coste total del vehículo.

Este dominio sectorial, unido a la ofensiva en los mercados europeos de las marcas chinas, como BYD, SAIC o Geely, inquieta a la UE, dividida ante la estrategia a seguir el avance oriental. Un reto que no se limita a combatir la entrada de coches más económicos en territorio europeo, sino al riesgo real de ver sustituida la industria del motor europea, uno de los pilares del modelo industrial del Viejo Continente.

El retraso que acumula la UE en este sector es inquietante. Mientras en Bruselas se regula y se debate prolongar la vida de los coches de gasolina, en Pekín se apuesta por el hidrógeno como motor energético para vehículos pesados y logísticos, ya que ofrece mayor autonomía y eficiencia que los alimentados por baterías de litio.

El envite chino es muy ambicioso porque va más allá de la automoción y entronca con la estrategia energética global de Pekín, que busca dejar de depender del carbón, aún pilar fundamental de su sistema energético. De momento, sus dirigentes ya han aprobado un plan de desarrollo de infraestructuras y producción de hidrógeno verde a gran escala para 2035, con una inversión de miles de millones de dólares.

...y el 60% de turbinas eólicas

En el sector eólico, la situación es más equilibrada, pero la tendencia también apunta a una posición dominante. China concentra más del 60% de la producción global de turbinas y sus empresas lideran el sector a nivel mundial. Europa mantiene una posición competitiva, pero el escaso margen financiero y la falta de recursos obliga a sus compañías a importar equipos producidos en el país asiático.

Los datos son claros y subrayan que el centro de gravedad de la economía verde se ha desplazado a Oriente. China domina ya la cadena industrial de la transición energética mundial. Pero este poder no responde únicamente a una ambición ecológica, sino que sigue una lógica económica y geopolítica. Al convertirse en el principal proveedor mundial de tecnologías limpias, Pekín incrementa su influencia internacional y favorece su desarrollo económico. La prueba es que el sector verde ya representa el 10% de su PIB y actúa como un nuevo motor para un país que busca propulsores para su economía.

Pero esa apuesta verde de Pekín no está exenta de críticas. Son múltiples los reproches a China por seguir siendo el principal emisor de gases de efecto invernadero del planeta, a pesar de sus esfuerzos por ser también la fábrica de energía limpia del mundo. Y el anuncio del presidente chino, Xi Jinping, ante la Asamblea de la ONU, de que su país reduciría las emisiones de gases de efecto invernadero entre un 7% y un 10% para el 2035, decepcionó a muchos observadores internacionales. No obstante, es la primera vez que el gigante asiático promete una reducción de sus emisiones en lugar de desacelerar su crecimiento.

Aun así, no hay que olvidar que los dirigentes de Pekín suelen ser muy cautelosos al anunciar sus objetivos para luego sorprender con una realidad más significativa. En una cultura donde el principio de no perder la cara es fundamental –para los negocios, la política o las relaciones sociales–, conviene no olvidar que China da la sorpresa cuando menos se espera.