El tapete verde de los casinos en México ha dejado de ser únicamente el escenario de la fortuna y el azar para convertirse, con una frecuencia alarmante, en el eje de una sofisticada maquinaria de lavado de dinero.
Esta actividad, siempre reconocida en el imaginario colectivo como inherentemente sensible y de alto riesgo, operó durante años bajo un velo de presunta impunidad, una sombra que, aunque perceptible, parecía inexpugnable a los ojos de la autoridad.
Hoy, sin embargo, la fachada se resquebraja, revelando una connivencia financiera que exige un análisis más que meramente superficial: una radiografía incisiva y mordaz de la debilidad institucional que ha permitido que el juego limpio se corrompa en un juego sucio de dimensiones nacionales.
Es un axioma de las finanzas criminales

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