En España hay pueblos divididos por una acera, comarcas enteras rodeadas por tierras ajenas e incluso islas con soberanía compartida. Porque las fronteras, cuando se dibujaron, dejaron escenas insólitas
Castillos de frontera: cuando el mapa se defendía con piedra y murallas
El mapa de España tiene más rarezas de las que uno esperaría. Algunas fronteras se fijaron hace siglos y, aun así, siguen generando escenas que sorprenden hoy día si no las conoces. Hay pueblos donde cambiar de acera es cambiar de país, islas que dependen de dos soberanías diferentes según el mes del año y municipios que pertenecen a una comunidad autónoma… pero están completamente rodeados por otra. Y aunque pueda parecer un lío, para sus vecinos es, simplemente, su forma de vivir.
Evidentemente, estas situaciones no son fruto del azar. Vienen de tratados antiguos, decisiones políticas lejanas y acuerdos territoriales que, pese al avance de la historia, han quedado tal cual. Lo llamativo es que, en la vida cotidiana, todo esto funciona con mucha más naturalidad de lo que uno imaginaría. En este viaje recorremos algunos de los ejemplos más singulares: tres pueblos marcados por una frontera, como El Pertús, Rihonor de Castilla y la Isla de los Faisanes; y cuatro enclaves que viven rodeados por territorios ajenos: Llívia, el Enclave de Treviño, el Valle de Villaverde y el Rincón de Ademuz. Un paseo por un mapa que llama la atención.
Lugares condicionados por una frontera • El Pertús / Le Perthus: una línea que se pisa cada día
El Pertús es seguramente el ejemplo más visual de lo que supone vivir junto a una frontera. Aquí la división no está en un río, ni en una montaña, ni en un edificio oficial. Está en el bordillo de una calle. La Avenida Catalunya, que en el lado francés se llama Avenue de France, divide el núcleo urbano en dos. De un lado, España; del otro, Francia. Y basta caminar unos metros para que cambien los idiomas de los letreros, las normativas y el ambiente general de la calle. La división histórica la marcaba el Arroyo de la Condesa, pero su soterramiento hizo que la calle se convirtiera en frontera.
Ambos lados forman, en realidad, un único espacio continuo, y la frontera es más una circunstancia histórica que un obstáculo real. El Pertús, o Le Perthus en el lado francés, no es un pueblo dividido entre sus vecinos, sino un lugar acostumbrado a convivir con esta peculiaridad desde hace generaciones. Dada su ubicación, es un importante núcleo comercial, además de un buen modelo para demostrar que una frontera puede ser muy visible pero, a la vez, no romper la dinámica de un lugar. • Rihonor de Castilla / Rio de Onor: dos países, un solo pueblo
Rihonor es otro caso igual de singular. Aquí, la frontera entre España y Portugal atraviesa un único núcleo, pero sus habitantes viven como si fueran un mismo pueblo. En la parte española está Rihonor de Castilla (Zamora), mientras que en la portuguesa está Rio de Onor. Ellos lo resumen mejor: povo de cima y povo de abaixo. Una forma sencilla y muy gráfica de entender cómo conviven.
Aquí los vecinos hablan castellano, portugués e incluso algunos rihonorés, un dialecto asturleonés casi extinto. La mezcla de costumbres es total. Las familias están repartidas, las actividades tradicionales se comparten y las rutinas de ambos lados se entrelazan de forma natural. La frontera, en este caso, no separa nada. Es más bien un recuerdo histórico que no influye demasiado en el día a día. • La Isla de los Faisanes: soberanía alterna en medio del río
La Isla de los Faisanes es una rareza total. Es el condominio más pequeño del mundo: seis meses administrado por España y seis meses por Francia. No tiene habitantes ni visitantes. Está en medio del río Bidasoa, entre Irún y Hendaya, y solo se pisa para actos oficiales o para labores de mantenimiento, que también se reparten de forma alterna. Concretamente, pertenece a España del 1 de febrero al 31 de julio, y a Francia del 1 de agosto al 31 de enero.
A pesar de ser diminuta, su historia es enorme. Allí se firmó el Tratado de los Pirineos en 1659, un acuerdo fundamental que redibujó la frontera hispano-francesa. También fue escenario de encuentros diplomáticos durante siglos. Hoy es más bien un símbolo, un pedacito de tierra que demuestra que, a veces, la historia pesa más que la geografía.
Espacios 'fuera de su lugar' • Llívia: una villa española rodeada por Francia
Llívia es un enclave español situado íntegramente dentro de Francia. Para llegar a esta localidad gerundense hay que cruzar territorio francés, algo que desconcierta a muchos viajeros, pero que sus vecinos viven con total normalidad. Su origen está precisamente en el mencionado Tratado de los Pirineos y el Tratado de Llivia, de 1660: España entregó 33 pueblos, pero Llívia quedó fuera porque no era un pueblo, sino una villa. Ese tecnicismo la salvó y la convirtió en lo que es hoy.
Merece la pena visitar el Museo Municipal de Llívia y la farmacia Esteve, considerada una de las más antiguas de Europa, las ruinas del castillo en lo alto del cerro, del siglo XIII, un pequeño yacimiento romano que recuerda la antigüedad del asentamiento, así como la iglesia y la Torre Bernat de Son. Todo esto dentro de un paisaje pirenaico de casas de piedra y calles estrechas. • Enclave de Treviño: Burgos en territorio alavés
El Enclave de Treviño es un territorio burgalés completamente rodeado por la provincia de Araba. Está formado por dos municipios: Condado de Treviño y La Puebla de Arganzón. Pertenece a Castilla desde el año 1200, pero ha vivido numerosos intentos de anexión al suelo vasco, como consultas locales, iniciativas políticas y decisiones judiciales que nunca han modificado su estatus.
En su vida diaria, sin embargo, se adapta bien a las condiciones geográficas. Vitoria-Gasteiz queda más cerca que Burgos, así que muchos servicios y desplazamientos se orientan hacia allí por pura practicidad. El enclave, además, tiene un paisaje variado, con montes, riberas y pueblos con historia, por lo que tiene un gran atractivo turístico. Es un buen ejemplo de cómo las fronteras administrativas pueden sobrevivir intactas durante siglos, incluso cuando la realidad cotidiana apunta en otra dirección. • Valle de Villaverde: Cantabria dentro de Bizkaia
El Valle de Villaverde es un municipio cántabro rodeado por completo por Bizkaia. Su historia está ligada a la familia de los Velasco, que lo adquirió a mediados del siglo XV. A lo largo del tiempo ha vivido debates sobre su integración en Bizkaia, con resultados electorales muy ajustados, pero todas las decisiones oficiales han mantenido su condición cántabra.
Hasta llegar a nuestros días, Cantabria y el Euskadi han suscrito acuerdos prácticos en temas como sanidad, educación y servicios. El Valle es pequeño, pero tiene un patrimonio destacable, con casonas de estilo barroco-montañés, un museo etnográfico instalado en las antiguas escuelas y paisajes verdes atravesados por el río Agüera. • Rincón de Ademuz: la gran ‘isla interior’ valenciana
El Rincón de Ademuz es el enclave más grande de todos. Una comarca valenciana rodeada por territorios de Cuenca y Teruel. Para muchos es como una ‘isla interior’ formada por siete municipios y varias aldeas que han desarrollado una personalidad muy característica.
Aquí encontramos un importante patrimonio medieval, con castillos, iglesias fortificadas y ermitas, todo acompañado por un entorno natural de gran belleza, con valles fértiles, riberas y montes como el Cerro Calderón, el pico más alto de la Comunitat Valenciana. Como lugar que vive un poco aislado, presume de una cultura con identidad propia, con tradiciones singulares y únicas como el volteo humano de campanas de Castielfabib, en el que los propios vecinos montan sobre las campanas de la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles.

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