Hay una forma de desigualdad de la que casi no hablamos. No se mide solo en ingresos ni en toneladas de petróleo, sino en algo más silencioso: quién puede pagar hoy por las industrias del futuro y quién solo puede mirar desde la grada. Estados Unidos anuncia cientos de miles de millones de dólares en apoyos a fábricas de chips, baterías y energías limpias. Europa responde con sus propios planes verdes para no quedarse atrás frente a China. Sobre el papel, todo suena a transición ecológica, innovación y empleo de alta tecnología. Entre líneas, sin embargo, hay un mensaje más incómodo: solo algunos países tienen la chequera necesaria para subirse a ese tren a tiempo.

No es la primera vez que el Estado decide empujar sectores concretos. A finales del siglo pasado, Corea del Sur, Taiwán o Jap

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