Hoy doy clases y trabajo en una editorial universitaria. Pero hubo un tiempo en que eso parecía imposible, sobre todo teniendo en cuenta un acontecimiento que cambió mi vida para siempre.
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No recuerdo la hora exacta, pero sí el año: 1994. Tenía catorce años y aquella tarde parecía no avanzar. Mi hermano José y yo estábamos en casa, en Noetinger; habíamos cenado y esperábamos. Hacía más de un mes que no veíamos a nuestros padres, que se habían ido de urgencia a Buenos Aires porque mi padre tenía una molestia en la garganta.
Cuando finalmente se abrió la puerta, mi madre apareció, mezclando alivio y cansancio en un abrazo rápido. Detrás, mi padre. Extendió los brazos, y sonrió sin decir palabra. Ya no podía hablar. Habían extirpado su laringe por un tumor; respiraba por un ag

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