El banquero seduce a Trump con inversiones y defiende una Rusia aliada comercial de Estados Unidos, a pesar del rumbo antioccidental de Putin
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“Le debe de haber llegado por K”, escribía por error en X Steve Witkoff, enviado especial de Donald Trump, refiriéndose a la reciente filtración de un borrador de plan de paz para Ucrania. Hay quienes se apresuraron a asegurar que “K” es Kírill Dmítriev, el negociador más americanista de Vladímir Putin, un verso libre en medio de la rocosa y burocrática diplomacia del Kremlin que parece haberse fijado el objetivo de reconstruir las relaciones entre Rusia y Estados Unidos a cualquier precio.
Este banquero de 50 años, nacido en Kiev, era un desconocido para el público occidental hasta la histórica reunión que supuso el deshielo entre Washington y Moscú, el pasado 18 de febrero, en Arabia Saudí. Su presencia en aquel encuentro se interpretó como lo que acabaría siendo: una estrategia de Putin para hablar con Trump en su propio lenguaje, el del dinero y las oportunidades de negocio.
Miami y una caja de bombones
Las conversaciones entre Rusia y Estados Unidos parecían saltar por los aires el 20 de octubre después de una tensa conversación telefónica entre el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, y el secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio. Este último constató que la posición inflexible de su interlocutor desaconsejaba celebrar la cumbre entre presidentes en Budapest anunciada por Trump y decidió cancelar sus preparativos.
En los días posteriores, Dmítriev voló a Estados Unidos en un viaje con aires de tour propagandístico, en el que pasó por Miami y Washington, dio entrevistas a Fox News y a la CNN, regaló una caja de bombones con frases de Putin a una congresista y se dedicó a publicar muchos tuits. En aquel momento, trascendió que se había reunido con Witkoff, con quien mantiene una muy buena relación. El emisario de Trump, un hombre procedente del mundo inmobiliario y desconocedor de las raíces del conflicto ruso-ucraniano, ha dado muestras de entender la resolución de la guerra como una simple transacción entre dos partes enfrentadas y, como resultado, se ha hecho eco a menudo de los puntos de vista del bando invasor, el Kremlin.
Putin no ve nada desde la perspectiva del dinero, sino desde la perspectiva del poder. Nunca ha estado en el mundo de los negocios ni ha trabajado en el sector privado. Por lo tanto, sus enfoques son completamente diferentes a los de Trump
En abril, Witkoff fue el primer funcionario norteamericano en recibir de forma oficial en la Casa Blanca a un representante de la administración rusa, Dmítriev, desde el inicio de la invasión. El negociador ruso le correspondió como anfitrión en San Petersburgo y en Moscú, donde pasearon ante las cámaras de los periodistas por el céntrico parque Zaryadye, a las puertas del Kremlin.
Pocos podían sospechar que en su último encuentro en Miami ambos trazarían un plan de paz que ahora sirve de base para un nuevo intento de Trump para forzar a Ucrania y a Rusia a llegar a un acuerdo. Y hay quienes han notado que no está escrito por personas con experiencia diplomática. “Lo que queda claro del texto filtrado del plan de paz estadounidense para Ucrania es que no ha sido redactado por profesionales de la política exterior. El texto es impreciso, contradictorio, jurídicamente poco sólido y erróneo en cuanto a los hechos: por ejemplo, compromete a Rusia y EEUU a restablecer el tratado START 1, que expiró en 2009”, destacó en X el analista Vladímir Frolov.
Un elemento extraño
Dmítriev es un elemento extraño en el entorno de Putin, formado sobre todo por chequistas, pero también es un personaje ajeno a la diplomacia clásica rusa. Su participación en la cumbre de Arabia Saudí por deseo expreso del presidente ofendió al ministro Lavrov —según relató el medio independiente Agentstvo— que incluso amagó con apartarlo de la mesa de negociaciones. A pesar de haber sonado como su posible sucesor, exdiplomáticos como Boris Bóndarev apuntan que probablemente no le convendría un rol tan encorsetado como el de ministro, ya que le gusta moverse por canales informales.
Además, el banquero solo representa a una de las almas del Kremlin, la que se inclina por estrechar los lazos económicos con Estados Unidos. Una posición histórica de la diplomacia rusa que parte de la idea que las grandes potencias deben repartirse el mundo a su antojo. Tras la vuelta de Trump a la Casa Blanca, este punto de vista parece útil para los intereses rusos, pero no es mayoritario en un Moscú cada vez más alejado de Occidente.
“Putin no ve nada desde la perspectiva del dinero, sino desde la perspectiva del poder. Nunca ha estado en el mundo de los negocios ni ha trabajado en el sector privado. Por lo tanto, sus enfoques son completamente diferentes a los de Trump”, advertía hace unos días Bóndarev en el programa del periodista Aleksánder Pliushev.
En este sentido, gente conocedora del funcionamiento interno del Kremlin rebaja la capacidad de influencia de Dmítriev tanto en Moscú como en Washington. Según cuenta Serguéi Aleksashenko, antiguo alto cargo del Banco Central Ruso, a la publicación norteamericana Foreign Policy, es “exagerado” calificarlo de “susurrador de Trump”. Cree que se trata, más bien, de un “mensajero” de Putin que “informa directamente” al líder ruso, pero en ningún caso el principal negociador.
Americanista convencido
En su afán por acercar Rusia y Estados Unidos, el negociador se descolgó en agosto con una propuesta aparentemente inverosímil en vísperas de la cumbre entre Putin y Trump en Alaska. Sugirió la construcción de un túnel subacuático que conectase los dos países a través del estrecho de Béring. Esta idea no es nueva, se remonta a finales del siglo XIX, pero revela, una vez más, la cosmovisión rusoamericana de Dmítriev.
En un país que acostumbra a ignorar deliberadamente —incluso a veces busca aparentar más indiferencia de la real— lo que pasa al otro lado del Pacífico, el emisario de Putin es un fiel seguidor de la política de Estados Unidos. Expresa y comparte en X narrativas neoconservadoras del ala más dura del Partido Republicano, apoya sus batallas internas y halaga constantemente las acciones de Trump.
También congenió con Elon Musk mientras el magnate gozó del favor de la Casa Blanca. En marzo, aseguró que “indudablemente” se discutiría con el propietario de SpaceX la posibilidad de organizar expediciones conjuntas a Marte en 2029, y en agosto intentó involucrarle en el proyecto del túnel transcontinental, actualmente en vía muerta.
Otro ejemplo de este acercamiento, que algunos sectores occidentales perciben como un intento desestabilizador, fue la desclasificación de los archivos soviéticos sobre el asesinato del presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy. Unos documentos que no aportaron novedades al caso, pero que sirvieron a Dmítriev para subrayar la buena voluntad de Moscú con Washington. Fueron entregados a la congresista Ana Paulina Luna, una de las representantes estadounidenses más partidarias del diálogo con Rusia.
Dmítriev también es un defensor de las teorías pseudocientíficas del secretario de Salud norteamericano, Robert F. Kennedy Jr., y un detractor de las vacunas de ARN mensajero, las que se utilizaron mayoritariamente en Europa y Estados Unidos contra el coronavirus. El negociador ruso asegura que, supuestamente, las grandes farmacéuticas ocultaron los efectos nocivos de estas vacunas.
De hecho, él fue quien lideró el impulso de la vacuna rusa, la Sputnik. Para demostrar su seguridad se la hizo inyectar, a él y a sus padres, antes de que terminaran los ensayos clínicos. Dmítriev, que no quiso perder la ocasión de convertir el éxito médico en un triunfo geopolítico para Rusia, llegó a pedir que se galardonara con el premio Nobel a los científicos que habían desarrollado el fármaco.

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