En Venezuela, la política ya no se comunica: se coreografía. Y pocas escenas exponen tanto la desconexión del poder como ver a Nicolás Maduro bailando una canción creada para burlarse del despliegue militar de Estados Unidos en el Caribe. El mensaje es claro: ridiculizar al adversario, minimizar el riesgo y vender internamente una imagen de soberanía. Pero el gesto también dice mucho más de lo que pretende.
Mientras el régimen organiza el espectáculo, Washington incrementa su presencia militar, endurece sanciones y presiona negociaciones. No es un juego retórico; es un movimiento calculado en un tablero donde pesan los intereses energéticos, las alianzas externas y la creciente inestabilidad regional. Pero por encima de todo eso, Maduro opta por la burla musical y el bailecito triunfalist

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