Jamás pensé que escribiría este artículo. Jamás imaginé que me presentaría ante mi país no como analista, no como director de un centro de estudios, no como estratega de políticas públicas, sino como un padre que acaba de perder a su único hijo biológico a manos del azote más letal de la América moderna.
Una pastilla.
Un instante.
Un arma química fabricada y traficada con absoluta impunidad.
Y mi mundo se derrumbó.
Mi hijo no murió simplemente por un error o una falla moral. Murió porque las redes criminales vinculadas al Partido Comunista Chino (PCCh) siguen abasteciendo de precursores de fentanilo a los cárteles mexicanos que están inundando nuestras comunidades con veneno. Murió porque la estrategia de guerra irrestricta del PCCh ya no es teórica: está matando a nuestros hijos en t

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