El "partido de Dios" - traducción del árabe de Hizbulá – ha sido durante más de cuarenta años un pilar, represor para algunos, protector para otros, del frágil equilibrio del Líbano, un país donde conviven 18 comunidades etno-religiosas - musulmanes chiíes (32%), suníes (31%), cristianos (31%) o drusos (5%) – en un territorio similar al tamaño de la Región de Murcia.
Bastión de la población chií, asentada principalmente en el sur y este del país, áreas ocupadas y atacadas durante años por Israel, Hizbulá encontró en esa zona empobrecida el caldo de cultivo perfecto para fortalecerse desde su nacimiento en la década de los 80 . Así, respondía a los desmanes territoriales de su vecino sionista y a la debilidad estructural del Estado postcolonial que la vio nacer - la independencia

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