Por Luis Gotte
Después de décadas de desidia, centralismo y olvido, el interior bonaerense vuelve a levantarse. No con gritos ni cortes de ruta, sino con una decisión racional, concreta y estratégica: trasladar la capital provincial a Junín, corazón productivo de la llanura, para discutir trabajo en vez de rosca; producción en lugar de favores.
La Plata, alguna vez emblema de modernidad, se ha convertido en el palacio de la especulación política. Allí se negocia a espaldas de la producción, se legisla sin escuchar al productor, se decide sin mirar al trabajador. La provincia real -la que siembra, cosecha, transporta, educa y emprende; la que sostiene al país con su esfuerzo- ha quedado reducida a simple espectadora de un teatro burocrático que ya no representa a nadie.
Junín no pide per

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