A veces la justicia se sostiene en algo tan frágil y, al mismo tiempo, tan poderoso como la voz de una persona. Una voz que decide hablar aun cuando el silencio sería más cómodo; que con honestidad y valentía se atreve a contar lo que vio y lo que sabe. Esa voz es el testimonio, y en los procedimientos disciplinarios suele marcar la diferencia entre la duda y la claridad, entre lo que se cree y lo que realmente ocurrió.

Para que esas voces salgan a la luz, es necesario que las instituciones brinden medidas de protección suficientes para prevenir, sancionar y erradicar los posibles riesgos de quienes colaboran; que tengan la certeza de que no habrá un daño o agravamiento a su integridad.

Proteger a las y los testigos no es un trámite; es reconocer que ningún sistema disciplinario puede fu

See Full Page