Cada pieza del puzzle digital dominado por unas pocas empresas de multimillonarios crea una realidad cada vez más artificial que tiene un peso en la intoxicación del debate público. Alimentarla o, más bien, dejarse consumir por ella es también responsabilidad de cada uno

¿Interferencia extranjera o estafadores oportunistas? Por qué tantas cuentas pro-Trump en X operan desde Asia

Hace unos días, X asomó una nueva función que permite identificar dónde se han creado las cuentas con más seguidores. Alguno se sorprendió al descubrir que usuarios con centenares de miles de seguidores que tuiteaban a favor de las posiciones más extremas o esparcían bulos en Estados Unidos estaban basadas en Rusia, Nigeria o Chile. Cuentas que utilizaban las siglas de MAGA o la foto de Ivanka Trump atizaban debates sobre inmigración, Gaza o el feminismo haciéndose pasar por locales.

El presidente de Estados Unidos ha seguido retuiteándolas después de conocer orígenes que indican un interés especial por envenenar el debate para sacar dinero o servir a un régimen extranjero.

La presencia de cuentas de bots, troles o agentes a sueldo no es nueva en X ni tampoco se limita a Estados Unidos, aunque se ha agravado desde que Elon Musk compró la red. El año pasado, Maldita explicó el papel de cuentas creadas en India que difundían bulos, insultos o llamadas a la violencia durante la crisis por la DANA en Valencia.

Aun así, después de este año especialmente tumultuoso, no solo las instituciones públicas y privadas, desde los gobiernos hasta los medios, siguen estando activamente en X, sino que a menudo lo toman como reflejo hasta cierto punto del estado de ánimo ciudadano. Políticos y periodistas siguen teniendo una presencia muy superior a la del resto de la población en una red cuyas métricas también son dudosas. El número de personas que dice que utiliza X para noticias en España ha bajado en el último lustro: ahora es el 15%, según el informe anual del Instituto Reuters para el estudio del periodismo de la Universidad de Oxford; X aparece en quinto lugar entre las redes más populares (las líderes son WhatsApp y Facebook, aunque también han bajado).

La afirmación de que ahí está el debate público no se sostiene con los datos, pero a menudo unos pocos comentarios -sean de humanos o no, sean de lectores o no, sean de vecinos de tu país o mercenarios pagados en la otra punta del mundo- tienen una influencia: un solo comentario puede generar amargura inmediata aunque pasajera. Es difícil saber qué parte de la audiencia o de los ciudadanos están en X, pero los efectos de la minoría en las voces dominantes en el debate público hacen que lo que pasa ahí siga importando. El problema es que cada vez más a menudo es un mundo artificial, forzado por poderosos o aprovechados.

Cada pieza del puzzle digital dominado por unas pocas empresas de multimillonarios crea una realidad cada vez más artificial que tiene un peso en la intoxicación del debate público. Alimentarla o, más bien, dejarse consumir por ella es también responsabilidad de cada uno.