Cuando cae la noche y por fin apagamos el ordenador, el móvil y las preocupaciones del día, creemos que todo en nuestro cuerpo entra en pausa. Pero no es así. Mientras tú buscas la postura perfecta para , tu piel empieza su propio turno nocturno: un trabajo silencioso, preciso y profundamente inteligente que solo ocurre en la oscuridad. Y aunque no la veamos, esta actividad define cómo envejecemos, cómo amanecemos y cómo se construye —o se pierde— la luminosidad natural.
Lo fascinante es que, mientras dormimos, la piel trabaja ocho veces más rápido que durante el día. No tiene pantallas, no tiene estrés oxidativo, no tiene radiación UV que bloquear. Tiene libertad. Libertad para repararse, para regenerarse y para eliminar toxinas acumuladas. Como explica la farmacéutica experta en dermo

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