En el sur de Argentina, muy cerca de la frontera con Chile, hay un pueblo pequeño que casi no aparece en los mapas turísticos. Para llegar hay que tomar la Ruta Nacional 40, luego desviarse por un camino de ripio de más de 70 kilómetros que bordea lagos y bosques de lengas. El celular pierde señal a los pocos minutos y no hay estaciones de servicio ni cajeros automáticos en muchos kilómetros a la redonda. La mayoría de los conductores pasa de largo sin imaginar que existe.
El pueblo tiene apenas 250 habitantes estables . Las casas son de madera y chapa, pintadas de colores simples: verde, rojo o azul. Hay una escuela primaria, una capilla, un destacamento de Gendarmería y dos almacenes que funcionan como punto de encuentro. En invierno nieva mucho y la ruta puede quedar cortada

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