La política moderna se inventó a punta de imágenes. Una de las más crueles fue la del debate Nixon–Kennedy en 1960: un joven luminoso contra un político extenuado que parecía sudar miedo. Se suele decir que Nixon iba preparado para la radio, pero no se dio cuenta que la mayoría de los electores lo vieron en televisión.

Desde entonces, los debates viven de esa pregunta persistente: ¿mueven realmente la aguja electoral? La evidencia dice que la mueven de una manera dramática: más que ganar elecciones, sirven para perderlas estrepitosamente.

Drew Westen lo explicó en The Political Brain : el votante no razona, siente. No está haciendo un Excel comparando propuestas: está evaluando si le hace sentido emocional la persona que tiene frente a él y quien le genera temor. Un solo error puede

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